El 3 de diciembre de 2040 fue la fecha cuando morí.
Estaba en la estación del tren, llevaba ahí cerca de 20 minutos. Salí de la sombra de la que me escondía. Él volteó y me vio poco sorprendido, creyó que era producto de su aburrimiento. No hubo palabras por un rato; seguía sin llegar el tren y nosotros bajo una tenue luz de lámpara que apenas lograba iluminar, dejábamos pasar el frío y la oscuridad en el exterior, apartados de nosotros.
Llegó por fin, ambos nos subimos, eran cerca de las 12:30; lo sé porque a esa hora acostumbraba a jugar Candy Crush, y el otro sujeto lo estaba haciendo. No se veía muy entretenido, pero no había mucho que hacer.
Seguí observando su rostro detalladamente, memorizando cada rastro de tristeza, angustia, enojo y uno que otro pequeño de alegría, estaba apagado, como si faltara un alma dentro de él. Sentí lástima. No era la vida que esperaba ni la que quería.
Lo más triste que vi de él fue sus manos, sucias, lastimadas, llenas de dolor y cansadas de cargar tanto sufrimiento, pero, sobre todo, vi que no traía anillo de compromiso, no me había casado. Fue entonces cuando le dirigí la palabra.
— Hola –le dije, sin obtener respuesta–. Hola –insistí con más fuerza en la voz.
Me volteó a ver y levantó una ceja, como si yo no supiera que eso significara que algo me desagradaba o nos incomodaba: “Qué engreído me he vuelto”, pensé, y sólo le dije que no había por qué temer.
— Te entiendo, entiendo todo el dolor, tu sufrimiento, soledad…
Apagó su teléfono y con una mirada de melancolía rompió en llanto.
— No es la vida que merecemos, ni la que soñamos –le dije–. La vida no nos trató bien. ¿Eh? Tranquilo, si buscas la perfección, nunca serás feliz.
— Pero yo ya lo tenía todo –me dijo–. Era perfecto, al menos para mí, no quería nada más.
Me empezó a contar cómo es que todo había salido mal y cómo es que habíamos terminado en aquel vagón del tren
- Todo empezó en la primavera de hace 4 años, yo estaba a punto de graduarme, y ya había planeado una vida entera con mi novia. Tres años ya eran significativos al lado de la persona que creemos la correcta, y ese día le pediría que se convirtiera en algo más que mi novia. Yo quería una compañera para compartir momentos inolvidables, una amiga para poder hablar del trabajo, una esposa para amarla, cuidarla y estar con ella, incluso en los peores días.
En ese momento se empezó a reír, pero era una risa sarcástica, quería ocultar el dolor que llevaba, mas no pudo. Empezaron a correr lágrimas por las mejillas.
- Dennis -así se llama- me vio con una mirada de tristeza y soledad. Recuerdo que ese día llevaba un vestido color salmón, los colores claros le iban tan bien, su pelo era castaño y ondulado, y traía un labial que yo le había regalado; en ese momento me sentí más enamorado de ella.
Habíamos llegado ya a la primera estación, las puertas se abrieron dejando entrar una brisa fría arrastrando consigo una propaganda hasta nuestros pies. Era de pizza, nos moríamos de hambre y pensamos en ir a comer algo.
Para nuestro infortunio, no había muchos lugares abiertos las 24 horas, así que decidimos pasar a un Oxxo. Después de pagar, buscamos un lugar para seguir hablando. Llegamos a un camellón con un faro que apenas nos dejaba ver dónde podíamos sentarnos. Él abrió sus galletas, y dándole sorbos al café me siguió contando.
- El problema de los jóvenes, pienso yo, es que a muchos sólo les atrae el físico, y muchos otros se enamoran muy fácil y muy rápido, lo que causa que les rompan el corazón de una forma más dolorosa, y queriendo salir del sufrimiento. Culpan al amor en vez de a ellos mismos.
Yo sólo escuchaba y me preguntaba si eso era lo que nos había pasado con esa tal Dennis.
- Sucede que nos sentimos tan solos que buscamos a alguien que aleje nuestra soledad y no nos fijamos si es la persona indicada. La dejamos entrar a nuestras vidas y esperamos que ella se lleve lo malo que sentimos. No fuimos creados para vivir solos, pero lo que sí podemos elegir es con quién convivir.
Tal parecía que aquellas palabras habían hecho que reflexionara sobre su vida, en lo que había hecho mal.
Me sonrió y me agradeció. En seguida se levantó, me abrazó y salió corriendo a la estación.
Yo confundido, me levanté y caminé hacia el siguiente faro, que se encontraba del otro lado de la calle.
Cuando iba a la mitad del camellón, me empecé a desvanecer.
Quedó sólo polvo y la luna disolvió lo que alguna vez había sido.
El otro tipo se había aventado a las vías, quería iniciar de nuevo otra vida, otra persona; ya no era yo, y lo que alguna vez fui, se quedó en el recuerdo de aquellas personas que más me hirieron, dejando un vacío dentro de ellos.
Yo ya no existo.