La historia original de este relato comienza con la pérdida de unas llaves, pero ¿qué pasa si no sucede esa pérdida? ¿No hay historia y, por tanto, nos quedamos sin cuento? Ahora bien… así comienza nuestro relato.
Como cada madrugada, el día de Cornelius O’Jecy iniciaba con la música de su radiorreloj despertador. Meditó un momento: ¿qué pie era el primero que debía poner en el suelo? Puso primero el derecho en su pantufla. Se escuchaban los cantos casi artificiales de unos pajaritos. Se encaminó al baño. Una vez allí, levantó la tapa, bajó sus pantalones, se sentó. Otra vez se escucharon los pajaritos.
Era la primera vez que tomaba conciencia sobre esas aves. En un principio pensé que se trataba del despertador de algún vecino; sonaba tan real que casi podría decir que era una alarma de un celular o algo así, pero luego me di cuenta que no, que en algún sitio de la calle una familia de aves se encontraba.
Aves. Algunas amigas sufren con estos menesteres cuando tienen que hacerlos fuera de su casa, fuera de su zona de confort. Hay hasta chistes sobre el caso. La muy noble postura de aguilita. ¡Qué cosas me cuentan! En todo ese sufrimiento algo hay de masoquismo, pero también algo de humor… tan fácil que sería, como hacía mi abuela, forrar de papel la taza, pero luego es complicado no mojar, no embarrar.
Tal vez esa fuerza que hacen al balancearse tiene por resultado sus bien torneados muslos… ¡y piernas! Otra solución podría ser sentarse sin más ni más, total, sus temores de infecciones sólo tendrían lugar si pegaran sus piernas a la taza, o que tuvieran una herida en las nalgas o en los muslos, de otra forma, se me hacía que no… las bacterias, virus u hongos no hacen saltos de trapecistas.
¡Tan plácido que era sentarse y descargar!
Miriam me contó que a veces tenían que hacer verdaderos malabares. Jajaja. Iris, en cambio, me dijo que ella hasta mandaba tweets desde allí. ¡Qué desagradable! Seguro tendría que seguir el precepto árabe: mano izquierda para limpiarse, mano derecha para twittear. Eso sí debía ser un verdadero malabar. ¿Qué pasa si el smartphone se cae? ¿Lo sacamos, así como así? Hay que recordar que el agua es enemiga de estos aparatos.
Mientras solo se mojejeje está bien, pero… Y ¿qué pasa si suena el teléfono?
¿Contestar o no contestar? ¡That’s the question! ¡Mira por dónde andas, Shakespeare! Y si contestas ¿qué pasaría con los posibles ruidos? ¿Qué pasaría si te agarraba pujando la respuesta? Essspeeeraaa… ¿Qué, si cuando se cae el cel levanta agua y te mojajaja? Para qué complicarse, si el cel entra al baño no sale de su estuche, si de ahí cae a la taza, sí que es tragedia.
Viernes. Todos en la clase se encontraban casi en sus marcas para salir al fin de semana. Sin embargo, aún se dio una buena discusión.
-Carlos Fuentes, por ejemplo, menciona en algún lugar, que Juan Preciado es Telémaco que va a buscar a su padre, lo cual no se discute. Pero enseguida agrega que también es Orfeo que baja al infierno que es Comala, lo que ya no parece tan acertado, como bien lo explica un buen amigo mío. Sí aparece Orfeo, pero no es Juan Preciado, sino el propio Pedro Páramo. La misión esencial de Orfeo no es bajar a los infiernos sino rescatar a la mujer amada del reino de Hades, ¿quién cumple estas características mejor que nadie sino el propio protagonista de la novela? Que vive su infierno particular al tener a su amada a la mano y ser siempre un imposible hasta que muere, simbólicamente por segunda ocasión en su muerte real (la primera es la locura), lo mismo que Eurídice: muere picada por una serpiente y cuando ya casi es rescatada, Orfeo no aguanta las ganas de verla y la pierde por segunda ocasión, esta vez, para siempre. Carlos Fuentes, en general, era un buen escritor, sin embargo, no siempre era buen lector. Y eso que a lo largo de su trabajo parece que encontrara esto que les he dicho.
_ Muy bien, profesor, pero la hora de salir ha llegado. Dejemos por lo pronto los infiernos y vamos a disfrutar el fin de semana. ¿Por qué no viene con nosotros a tomar unas chelas?
_ Lo haría, muchachos, pero más que chelas, preferiría comer porque al rato tengo que ver a un colega.
_ Se toma una o dos, profesor, y mientras come algo. Nosotros lo haremos al revés, cheleamos y sólo botaneamos.
_ No se diga más.
La señal había llegado un día antes:
“03/05/2012 11:58.
GLOBO GRIS: ¿Te puedes mover hacia Iztapalapa?
GLOBO VERDE: No, estoy revisando trabajos finales.
GLOBO GRIS: Ok, ¿tons puedes ir mañana al Corona? A las 8 03/05/2012 15:55.
GLOBO VERDE: Ora pues. Allá nos vemos.
“04/05/2012 10:39.
GLOBO GRIS: Cambiamos lugar y hora, te veo en Casul a las 7, doy clase, jojojo; imprime por favor el prólogo y pone tu añadido, confirma Carlos.
GLOBO VERDE: Vale, te veo”.
Y así, tras pasar la tarde con sus alumnos, Cornelius O’Jecy se encaminó al metro. Al salir en la Glorieta de Insurgentes había comenzado a llover. Eso era lo malo de esas entrevistas de trabajo, de repente eran inesperadas, de repente eran a horas incómodas y casi siempre acababan al filo del último tren...
Una mujer joven y bella hizo menos larga la espera, pero a pesar del gusto al verla, se dirigió a la escalera... de salida.
Mojado (pero no tanto: había tomado la precaución de llevar un rompevientos con capucha), llegó a Casul. En la recepción no había nadie, se asomó a la pequeña oficina que se encontraba a mano izquierda. Le indicaron que antes de entrar debía llenar el registro de visitas y esperar en la sala que se encontraba apenas pasada la recepción. Hecho esto, no sabía si sentarse o esperar de pie. Hasta que de las alturas una voz femenina dijo: “Acá está el maestro Carlos. Puede subir, está en su salón”.
Al llegar a la parte de arriba, la mujer había desaparecido. Encontró una puerta abierta que, indudablemente, no era el salón. Un poco más allá había otras dos, cerradas. Quiso entrar en la primera, giró el picaporte, nada. Fue a la segunda...
Una joven de pelo chino terminaba de exponer algo. En la pantalla se veía aún el tema que trataba. Cuando la joven calló, Carlos presentó a Cornelius O’Jecy ante su grupo. Sólo voltear y se dio cuenta que la clase estaba compuesta por más mujeres que hombres. Buscó un lugar vacío y se sentó detrás de la expositora. Volvió a ver el elenco con más calma...
Salir a la calle y de nuevo la lluvia. Carlos andaba muy primaveral así que la lluvia era más inclemente con él, Cornelius O’Jecy la padecía menos. Fueron buscando refugios hasta llegar a la glorieta y en sus cercanías buscaron un lugar para hablar del libro. A esas horas y con ese clima era difícil encontrar un sitio. En el primero se quedaron en la entrada: no había mesas, el segundo también estaba lleno, pero una mesera los pasó y le dijo a Carlos: “Pronto va a haber lugar”. Dicho y hecho, casi de inmediato se desocupó una mesa. Pidieron la primera. Al poco rato llegó Pedro Benito. Hablaron del libro, de las bellas muchachas que conformaban la clase de Carlos y de las otras un poco menos, y demás asuntos que se hablan en casos como estos. Pasó la lluvia, la noche en pleno, la orden del día de la reunión se había cumplido, era hora de partir.
¿Qué caminos paralelos siguieron Carlos, Cornelius O’Jecy y Pedro Benito al volver?
Una vez salidos del restaurant bar y taquería se encaminaron rumbo a las escaleras redondas que rodean la glorieta. Pudieron ver que la gente sin hogar se disponía a dormir en algún rincón propicio. Por otra parte, también había gente con banderas multicolores preparando la marcha del siguiente día. Cruzaron la explanada y entraron a la estación del metro.
¿De qué deliberó el triunvirato durante su recorrido?
En general, siguieron con lo anterior: las bellas muchachas y las que no. La mesera que estaba buena y le gustaba a Pedro Benito. Del afortunado hallazgo que el propio Pedro Benito había hecho respecto al título del libro de Cornelius O’Jecy. De cómo la lluvia podía dejar una noche limpia y fresca. De la imperiosa necesidad de contar con boletos o, en su caso, con abono de transporte para abordar el metro. Y de su inmediato recorrido en el mismo.
¿Qué descubrieron con esto último?
Que dos de tres seguirían el mismo camino y que el otro iría en dirección contraria.
¿Cómo?
Carlos iría en dirección Tacubaya. Cornelius O’Jecy y Pedro Benito, al revés, irían a Balderas y luego hacia el 18 de marzo.
Esa coincidencia, ¿a qué los obligaba?
A compartir un poco más el camino a sus respectivas casas. A continuar con una charla imprecisa pues era la primera vez que se veían.
¿Qué se percataron al hacer el transborde en Balderas?
Que a pesar de lo avanzado de la noche, el andén estaba muy concurrido. Daba la impresión de que no era tan tarde. Incluso había familias con sus hijos.
¿Qué evocación tuvo Cornelius O’Jecy en ese instante?
De cuando en su juventud abordaba el metro a esas horas a las cuales él llamaba “horas para mayores “y podía ver espectáculos gratuitos para adultos en los carros finales del metro.
¿Cuáles?
Parejas besándose con pasión, fruición, ardor. Las manos masculinas recorriendo los cuerpos femeninos y, en la ceguera del momento siempre era posible atisbar más de la cuenta del cuerpo de las damas. Eso sí, con mucho respeto para no interrumpir.
¿Sólo por eso?
Un hecho cierto era que también le gustaba ver. Además de interrumpir, la parte masculina del encuentro podía ponerse agresiva, así que mejor ser discreto.
¿Qué consideraciones tuvo respecto al presente?
¡Cómo cambian los tiempos! Ahora era posible ver, en esos mismos vagones de atrás al mediodía a dos barbones besarse con ¿la misma? pasión, fruición, ardor.
¿Qué interrumpió estas disquisiciones?
El hecho de no ir solo y que Pedro Benito comenzó a hablar de repente.
¿Tema?
Se podría decir que el amor. Se podría decir que su vida.
¿Por qué?
Porque sin más ni más le soltó que era divorciado y que quería enamorarse, que Dolly, la mesera, le parecía la mujer ideal en ese momento y que por una vez en su vida quería ser él quien eligiera con quién estar y no ser elegido como siempre sucedía.
¿Qué pensó Cornelius O’Jecy de estas reflexiones?
Le parecieron profundas, pero también producto de los tragos que ambos habían tomado.
¿Qué sucedió cuando llegaron a su destino?
Pedro Benito dijo que él haría el trasbordo a Martín Carrera. Cornelius O’Jecy saldría y tomaría un camioncito para su casa.
¿Y luego?
La historia presente es la de Cornelius O’Jecy, así que de él nos encargamos en lo que resta. Por cierto, todavía alcanzó a ver de nuevo a Pedro Benito cuando caminaba por el pasillo del trasbordo.
¿Con qué se encontró al salir del metro?
Como de costumbre, se dio cuenta que todavía había transporte para su casa, que si bien no había tanta gente, sí la suficiente para usar esos camiones. La noche era fresca y clara.
¿Qué procedió a hacer?
Abordó el camioncito y buscó un lugar desocupado. Lo encontró en el asiento de hasta atrás y allí se sentó a esperar.
¿Cómo fue el recorrido de regreso?
Como ocurría habitualmente, sólo pudo observar hasta la Villa porque después su cuerpo se rindió al sueño.
¿Y al despertar?
Lo primero que vio fueron unas rejas amarillas por lo que pensó que ya se había pasado. De inmediato se levantó e hizo la parada. Bajó del camioncito.
¿Al bajar?
Se dio cuenta que había cometido un imperdonable error. Aún no llegaba a su destino. Las rejas lo habían confundido.
¿Cuál fue la reacción inmediata?
Exteriormente tranquila, ¡qué más podía hacer! Interiormente sí sentía algo de preocupación, confiaba en que otro transporte pasaría, desconfiaba de la soledad del sitio, ¡qué más podía hacer! Maldijo. ¡Qué más podía hacer!
¿Entonces?
Se puso bajo un toldo iluminado. Vio pasar automóviles y a lo lejos algunas personas. Nadie pasó cerca de él.
¿Y luego?
Distinguió a la distancia que se acercaban las luces de otro camioncito.
¿Cuánto tiempo estuvo esperando?
Entre cinco y diez minutos. Que a él le parecieron eternos. Una vez en el camioncito ¿qué hizo?
Tras el susto pasado y al ver que todavía estaba casi lleno, se sentó en el asiento cercano a la puerta de adelante. El frío nocturno le había despejado y ya no tenía sueño.
¿Llegó rápido?
Sí. En realidad ya solo faltaban dos colonias, así que el recorrido fue muy rápido.
¿Por qué si fue muy breve, no hizo el recorrido a pie?
Porque el camino podría ser peligroso si se toma en cuenta que tendría que recorrer lugares solitarios, pero quizá no solos. Para qué arriesgar.
¿Qué pasó al descender, ahora sí en su destino?
Se dio cuenta que unos pasos atrás venían dos fulanos grandes y corpulentos.
¿Y al llegar a su casa?
Descubrió que no llevaba las llaves.