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Lloré hasta casi ahogarme y aun así no pude morir

-Anónimo

Abro los ojos, respiro. Mis pulmones se llenan de partículas transparentes, incoloras e inodoras que dan vida…

Estoy en mi cama postrado con los ojos abiertos, no sé qué pasa, tal vez una parálisis del sueño, no puedo mover ni un músculo. El cuarto es reducido, apenas una cama, el clóset, un pequeño buró y la televisión. Sigue del mismo color que escogiste. La puerta de la recámara está abierta, supongo que ya te marchaste, creo que no has olvidado nada hoy, ni tu reloj, ni tus llaves, espero que no olvides la cita con el dentista. Me comienzo a desesperar después de algunos minutos, mi cuerpo está en una pose incómoda y no sé qué pensar, trato de hablar, pero la voz no brota, siento que las sábanas me asfixian como recuerdos, como una niebla densa de pensamientos de la que mis manos no pueden huir.

Abro los ojos, respiro. Mis pulmones se llenan de partículas transparentes, incoloras e inodoras que dan vida. Me quedo mirando al techo, no puedo gritar, mi mente sólo te recuerda y no puedo mover ni un músculo. Y en un instante todo se suelta, mis manos pueden abrirse, mis dedos pueden sentir lo suave de las sábanas; me levanto y las piernas me tiemblan. No queda rastro de ti, ni tu reloj, ni tus llaves. Te has llevado lo que siempre olvidas. Voy a la sala y no están nuestras fotos, ni la del lago, ni el último aniversario, mucho menos cuando nos fuimos a vivir juntos.

Abro los ojos, respiro. Mis pulmones se llenan de partículas transparentes, incoloras e inodoras que dan vida. Vuelvo la cabeza para la puerta de la recámara y veo pasar una sombra corriendo, me levanto lo más rápido posible, bajo las escaleras y la sigo. El suelo se empaña formando la silueta de unas pisadas, estoy en la calle, es de noche. Hay empedrado y farolas que alumbran las calles. Doy un paso y llego a un puerto, las imágenes nacen, el espacio se transforma y ahí estás tú, con ese vestido de cuadros blancos y entrecalles azules claro.

Te tengo de la mano y al instante estás dentro del agua. Siento mi corazón latir tan intenso que parece estar en mi garganta, como un grito incontrolable. Te llamo y te vuelvo a llamar, las olas te han tragado bajo la luz de la luna, tu cuerpo aparece en la superficie flotando y yo trato de alcanzarlo. Al llegar a ti ya no hay nada, ni vestido, ni color, ni rostro. Eres una sombra andrógina de lo que algún día existió, sin cabello, sin facciones, tan solo un recuerdo. Estrellas fugaces se ven en el cielo y yo pido que vuelvas. Las olas suenan en mis tímpanos, el agua salada está en mis manos y mis lágrimas parecen ser más poderosas que el mar, la sombra se va esfumando, latigazo tras latigazo del mar esa masa con forma corpórea se deshace. Estoy en el puerto, sigo aquí con los pies sintiendo las piedras filosas, llorando, volviéndome mar, siendo uno con las olas, con las olas de mis lágrimas.

Despiertas paralizado como cuando viste que el mar la devoró, la sostienes en lo que parece la noche, tu noche. Lloras, ruegas que no sea cierto, pero ella se ha marchado y esta vez no olvidó nada. Las cosas pasan así, Adán. ¿Me escuchas? Deja de pensar en eso Adán, Adán, ¡ADÁN!

—Algo así logré a escuchar, señor oficial, antes de que el señor Adán saltara por la azotea diciendo que debía sacarla del agua.

—¿El señor Adán vivía con alguien, tenía novia o estaba casado?

—No, hasta donde yo sé. Sus papás fallecieron hace poco, nunca lo vi con alguien que se le pareciera físicamente; La persona con quien lo veía convivir más era una señorita que le traía medicamentos de la farmacia de la avenida, aquellas que tienen un uniforme de cuadros blancos con entrecalles… Azules claro.

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