Llevaba ahí menos de tres horas. Un cilindro partía una gran porción del cielo, en el hemisferio norte. Sus placas metálicas podían verse con mucho detalle: estaban maltratadas, con hendiduras como arañazos y hacía parecer parte de una cosa mayor. Era ridículamente enorme. Llevaba ahí casi tres horas.
Apenas apareció, los radares botaron sus alarmas, despegaron jets y se alistaron las defensas de la Tierra. En la sala de reunión se disponía más de un centenar de personas que iban tomando sus asientos correspondientes. A trescientos metros de profundidad, en aquel búnker, se discutió por primera y última vez acerca de El cilindro.
— No hay duda alguna: se trata de una invasión extraterrestre. Del otro lado nadie ha contestado, estamos sin ningún intento de responsabilización de su parte… hasta el momento siete satélites han perdido contacto con sus naciones… la pérdida más importante es la Estación Espacial Internacional…
— Podría tratarse de una colisión no prevista, por ninguno de nosotros, ni siquiera por ellos
— ¿Y si no es así, Ministro?
— ¿Propone una declaración innegable de guerra?
—Propongo salvar nuestro espacio
Hubo un silencio. Las alarmas volvieron a escupir su rojo.
—¡Se mueve, están girando sus placas!
—Ahora o nunca, señores. ¡Reduzcan a esa maldita cosa!”
—Comandante, no proponga algo que pueda llevarnos a una catástrofe. No sabemos de qué se trata. ¡¿Alguien sabe de qué se trata…?!
Un rayo de luz se filtró en la sala en dirección suya y lo impactó como lo haría un rayo de sol a través de una ventana. Su grito fue ahogado tras un destello. El Ministro de la Ciencia India desapareció.
El silencio volvió por un instante incontable y entonces se deshizo. Los generales y ministros corrieron de un asiento a otro dando gritos desquiciados y encendiendo sus programas de defensa, haciendo llamadas y mirando con indignación la imagen que se proyectaba en la pantalla principal: El cilindro estaba quieto a excepción de su mecanismo de placas que giraban sobre su mismo eje. Enorme y sin desplazarse un solo kilómetro. Sólo una cosa de aquella presencia podía asegurarse en la mente de todos los habitantes del mundo: se burlaba, estaba ahí sin la necesidad de ocultarse; se encontraba, de hecho, en plena ejecución de su deslumbrante presencia. Quería ser visto. Lo producido era un sentimiento de desesperación humana, anegada por el cuestionamiento. En la reunión no podían hacer otra cosa que no fuese preguntar de qué se trataba, y junto a ello provocar el descenso de incontables rayos que reducían a uno tras otro al nublamientode la nada.
A los pocos minutos, dentro del búnker, quedó sólo una persona. El General de las Fuerzas Armadas de América se encontraba recargado en la primera fila de asientos, viendo la proyección de la entidad, sudando el miedo de ocho mil generaciones.
— ¿Qué…
El cilindro, después de poco menos de trece horas, detuvo su mecanismo giratorio. Trazó un arco a través del cielo y se adentró más allá del horizonte, en dirección al otro lado de la Tierra.