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Plantel Naucalpan

I

Doy un gran salto y siento mi corazón latir. Dejo de inmediato mi estado de postración para correr de aquellos rufianes, que sin la menor de las preocupaciones buscan masacrarme hasta dejar mis huesos esparcidos por la ciudad. Atravieso las calles y parques en busca de una salvación, cuando veo una casa con escaleras: de brinco a brinco llego hasta el techo.

Aquí vienen, salto de techo en techo, clavando mis uñas en las paredes para poder subir más. Las casas adyacentes se acaban, con un buen brinco cruzaré la calle hasta la otra casa.

Al final fue una mala idea, pero al menos me libré de esos tipos… ¿Acaban de aventarse? ¡Podré esconderme en el agujero de esa casa! A toda velocidad cruzo la calle y para mi suerte, antes de llegar a la residencia, se abre la puerta, así que me cuelo. Al entrar escucho unos gritos antes de que cierren la puerta rápidamente, por si alguno pudiera entrar, doy unas vueltas al jardín antes de detenerme y ver que ya no hay nadie siguiéndome.

Logré salvarme de esas bestias, así que puedo relajarme y explorar por aquí. Alguien está comiendo algo, tal vez si lo muerdo puedo hacer que tire algún trozo, me acercaré lentamente antes que…

—¡Hola! ¿Cómo entraste aquí?

Al verme, me ofrece un poco de carne, acepto gustoso y mientras como, se agacha y me tiende el torso de la mano, luego me carga.

—¿Vienes de la calle? Tienes un bonito patrón de pelaje. Te voy a adoptar.

II

Ha pasado una semana desde que fui adoptado por esta familia. La vida aquí es realmente cómoda; tengo comida, agua, fuego y puedo estar en el patio con otros compañeros, no más rufianes que me per… ¿Qué veo? ¡Una pelota! ¡Ven acá, no te dejaré huir! Se cayó a la fuente, ¿y ahora?… Ya ni modo, vamos a ver que más se puede hacer. Dentro de la enorme casa, camino hacia mi habitación, cruzo los jardines y salas, juego con Sentencio, buen amigo mío, al final del recorrido subo a mi cama, que está pegada a la ventana, desde aquí se puede ver la calle, los caballos pasan, incluso las bestias, con sus bruscos y gordos cuerpos, de repugnante rostro y hocico ensangrentado con los restos de todos mis compañeros. Persiguen todo aquel transeúnte que se les atraviesa. Un escenario preciso se revela al subir la mirada, unos haces iluminan la ciudad, transportan finas bolitas y pelillos con impresionante orden, andantes de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, son guiados por la brisa del aire, ¡extraordinario!

Cuando aquella preciosa luminosidad cede, y todo empieza a oscurecerse, quienes se quedan en la casa, de forma mágica, prenden tronquitos que en principio poco hacen, pero en conjunto mantienen la casa visible, también tienen una casita donde ponen troncos que emiten calor, ¡ellos controlan la luz! Ese es un buen lugar donde dormirse, si no fuera por las líneas que impiden la entrada, me aventaría a esa casita para dormir caliente.

Algunas veces, el colectivo sale de cacería, usan las pieles de sus víctimas para transportar todo lo que encuentran y sus órganos para sujetar todo ello, eso sí, las pieles no son buena fuente de alimento, sobre todo las azules de líneas rojas, están pasadas, y saben más al pasto seco que a carne, y doy fe que producen dolores del estómago. Algunas veces se recolecta muy poco, entonces es cuando yo y los chicos les ayudamos, si vieran que en donde tienen su caballo, además de los jardines, se puede conseguir buena cantidad de ratones y grillos, no tendrían que salir tanto tiempo. Terminando mi cacería, les dejo las víctimas en aquel lugar blando donde se acuestan cuando, aunque parece que les molesta un poco.

Cuando llegué a la casa había uno mayor, Gatus. Lo recuerdo, era peludo, un poco gordo y de color naranja, siempre decía que esperaba que su nueva familia tuviera crías; un día dejé de saber de él, recuerdo cómo sufría Luna y se lamentaba la pérdida de su padre. También desapareció.

Respecto al caballo, es enorme y transporta a una buena cantidad de señores dentro de él, cuando regresa toma largas siestas y, si bien su pelaje es duro y frío, debajo de él tiene tanto calor como la casita. Algunas veces me trepo en él, pero no hace nada, el sitio ideal para dormir es debajo de su hocico, aunque Sentencio y yo concluimos que huele un poco raro ahí dentro, no como si tuviera restos de algo, sino diferente. Por raro que suene, no duerme como cualquier animal, sino que se mantiene en sus oscuras patas circulares con líneas blancas, una previsión por si la supervivencia llama a correr, lo entiendo, pero con ese tamaño y esa voz ensordecedora, además de la velocidad que puede alcanzar, ¿quién buscaría cazarlo? Las bestias no son peligro para él. Curioso es, que nunca lo he visto comer, cuando está en casa sólo duerme y duerme, ¿quizá así consigue su comida? Si no te mueves, claro que atraparías algo.

Todo es felicidad aquí, de vez en cuando llegan al jardín sobrevivientes de las bestias, cuando los ven los señores, los adoptan como a mí, sólo que, tras un tiempo, se los llevan, y no vuelvo a saber de ellos en un largo tiempo, cuando los veo, platican sobre sus experiencias en nuevas casas, en ocasiones me pregunto, ¿cuándo me tocará a mí sufrir aquel mismo destino? Echaré de menos a todos aquí.

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