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esposa

Aquella mañana leíste en el periódico las noticias más relevantes de la semana, pasaste página tras página, admiraste cada anuncio con detenimiento y sólo uno pudo deleitarte lo suficiente para alegrar tu día entero.

Ya había pasado tiempo desde que estabas con ella y sólo el hecho de admirar a aquella mujer te causaba una felicidad inmensa, su cabello, sus ojos, aspirar su aroma. Todo era perfecto si la tenías a tu lado. El día de hoy decidiste salir a la calle, ella iba como tu acompañante, en secreto como siempre se paseaban para que su familia no se enterase, todo quedaba entre tú y ella.

Paseaste por los lugares más discretos que podías, ya tenías los planes formados para esta noche porque hoy era el día especial que tanto esperaban. Compraste vino tinto con ella, el único lugar transitado fue el tren subterráneo. Como todo un caballero estuviste al pendiente y la cuidaste como si fuera tu vida. Este día nadie podría arruinarlo.

Llegaste a casa, la dejaste descansar en el sillón mientras terminabas los últimos preparativos; pusiste la música y danzaste al son del piano con ella. Nada podía detenerlos, un giro tras otro, un paso tras otro.

La música te deleitó tanto que tu corazón palpitaba como un pájaro revoloteando, tu cabeza estaba por las nubes. Llevaste tus manos a la botella de vino, la destapaste,
el corcho salió volando y lo perdiste; serviste una porción racional en la copa, colocaste pan en la mesa; los platos, los cubiertos para una sola persona.

Caminaste hacia la chimenea, recogiste el periódico, lo llevaste a la mesa y a ella también, los colocaste a ambos en la mesa. Te sentaste y tomaste la copa de vino, la revolviste moviendo la mano en círculos precisos, aspiraste el aroma frutal. Lo disfrutaste, más pronto que tarde bebiste un poco, era un deleite.

Tomaste el periódico y leíste la nota de esta mañana: “Desaparecida, mujer de 24 años”. Sonreíste con cinismo, te deleitaste al leer la noticia; no pudiste evitarlo, suspiraste de la nada. Tomaste los cubiertos y comenzaste. Habías cargado con esa cabeza toda la mañana, por cortar una mejilla, porque tiempo atrás pensaste que “quedaría perfecto con el vino en la cena”.

 

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