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Hace días que la encerré en ese escondite, no ha rasguñado la puerta y los llantos ya no retumban en las paredes. Desde que hubo silencio en este laberinto he llorado sin poder dormir, he deseado la muerte yo también y cuanto más lo pienso, más me siento atraída por ella. No puedo recordar nada más que el dolor que cobra fuerza, cada vez que vuelvo a escuchar su agonía en mi cabeza, una y otra vez. ¿Será muy tarde para arrepentirse?

La vida que llevaba antes de vivir en esta jauría ya era borrosa ante mi memoria. Todos los días estaba en una constante cacería, donde yo era la presa de esta bestia, cuya figura nunca fue visible ante mis ojos, porque cada vez que se acercaba a mí, evitaba mirarla. Le gustaba jugar conmigo, hacerme sufrir. Su monstruosa forma vagaba por las habitaciones y por los pasillos. Ella podía olfatear mi miedo. Escuchar sus pasos me hacía temblar. Lloraba de impotencia desde el escondite que tenía y mis lamentos resonaban por todos los rincones.

A veces sentía que hablaba conmigo porque cada noche escuchaba una voz que me lastimaba el pecho, como una daga que atravesaba mi piel, hasta llegar a mi corazón. No entendía el motivo de su odio hacia mí, yo sólo intentaba sobrevivir de ella y jamás intenté lastimarla. Quisiera que ella me diera razones, pero es una bestia, no entiende los sentimientos de una persona como yo, sólo piensa en su propia sobrevivencia.

Mis esfuerzos tratando de buscar una salida siempre terminaron en dolorosos fracasos. Ella se me balanceaba encima, me lastimaba hasta hacerme sangrar y gritar de agonía. Disfrutaba herirme, era su entretenimiento. Después de terminar ese proceso tan tormentoso me dejaba herida para regresar hasta que yo fuera capaz de levantarme y volver a mis sentidos para jugar una vez más conmigo.

Pero después de tanto padecer y tanto intentar, planeé mi escape definitivo. Ya no podía seguir en esta contienda sin armas con las que pudiera defenderme, sin embargo; estaba dispuesta a terminar con la bestia, antes de que ella pudiera terminar conmigo. A la mañana siguiente ya estaba acechándome desde un rincón de donde solo podía percibir el contorno de su figura. Podía escuchar su respiración hasta el otro lado de mi refugio. Todavía no me sentía segura de escapar, no quería un fracaso más, pero necesitaba ser libre.

Un ruido provino de la fuerza con la que salí de mi escondite e inmediatamente la bestia se puso en alerta. No me detuve a mirarla, corrí hasta donde los pasillos me llevaran. La potencia con la que movía mis piernas me hacía levitar, todo alrededor se nubló y solo podía sentirla a ella, a esa bestia ir detrás de mí, de su presa. Con tantas vueltas en el enorme laberinto la perdí de vista, y fui a parar a metros de lo que parecía una salida, la había encontrado. Traté de avanzar hacia ahí, pero la bestia me encontró, su olfato no fallaba. Me tomó con sus dientes, me arrastró lejos de mis esperanzas, comenzó a rasgar mis ropas, a herirme como otras veces, yo en todo momento evité el contacto visual con ella. No, no podía fracasar otra vez, yo quería seguir viva, lejos de todo este sufrimiento.

Tomé valor de mis palabras y mis sentimientos, en ese instante levanté la vista y sus ojos se encontraron con los míos. Sentía mi fuerza, ella tenía miedo, la bestia me temía. Traté de zafarme de ella, lastimándola también, dañando su cuerpo casi de la misma manera en que ella lo hizo; contraatacó con fuerza, encajando cada uno de sus colmillos en mi pecho. Agonicé de dolor, el llanto brotó de mis ojos y empecé a pedirle que me dejara, que solo quería ser libre; así que volví a intentar detenerla para salir huyendo en dirección a la salida.

El forcejeo se hizo más intenso, volví a lastimarla y no dejé que volviera a atacar en mi contra. El coraje subía de nivel, el odio sin explicación, la satisfacción de herirla, acecharla, darle una lección. Esta vez la lastimé mucho más y desaté mi ira en su pecho, justo cerca del corazón. Estaba llegando a su final. Se quedó inmóvil, seguía agonizando de dolor y quejándose. Gruñía cosas a las que no les quería prestar atención. Más rasguños y heridas. Continué alimentándome de su dolor, la satisfacción de verla rogar, de sentir cómo la vida se le iba, fue un deleite. Cuando me fue suficiente, la llevé a rastras a su escondite y aún adentro, escuchaba su llanto resonando en cada pared. Toda esa noche traté de ignorar sus súplicas, pero en medio del silencio que albergaba el ambiente, estas se internaron tanto en mi alma que me hicieron unirme a su dolor.

Aún la escucho rogándome por su vida, sigo escuchando los gritos que le provocaba el daño que guardaba en el pecho. Me hacía preguntas con la poca voz que le quedaba, se disculpaba y me agradecía por hacerla libre, aunque no de la forma que ella esperaba. Empecé a sentirme arrepentida, el dolor se había terminado y ahora yo estaría sola. Estaba dispuesta a acabar con ella, pero no medí mis consecuencias, no pensé en qué pasaría conmigo. Puede que yo también muera de soledad, de hambre, de arrepentimiento.

Yace sin vida la pequeña criatura que trató de zafarse de una bestia que acabó con ella, con sus esperanzas de seguir adelante. Perdóname, criatura, tu presencia me acompañaba y ahora no tengo nada.

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