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2do. lugar. Concurso literario Memorias de la Pandemia
Zyanya Montserrat Melgarejo Meléndez
Plantel Azcapotzalco

Esta historia comienza en el apartamento de un edificio cualquiera en la ciudad, donde un tenue rayo de sol recubre el rosto de un perro llamado Rex anunciando la llegada de un nuevo día.

Día 1

Despierto alegremente como de costumbre. Ver a mi papá dormir tranquilamente es uno de los más grandes regalos que la vida me ha dado, pero es aún mejor despertarlo y ver sus ojos soñolientos fijarse en mí. A él no le parece tan divertido pero qué puedo decir, es mi trabajo como su compañero de vida. Extrañamente su odiosa alarma no sonó en la madrugada y es aún más extraño que esté asustado, desde hace unos días lo he notado preocupado por algo y no ha parado de prender el televisor en ese canal aburrido donde no dejan de hablar de cosas que terminan preocupando más a mi papá.

Después de un reconfortante desayuno, papá salió a la calle. Pensé que iría al trabajo pero no tardó en regresar cargado de bolsas con provisiones, más provisiones de lo normal. De entre los alimentos y demás artilugios que no me permiten masticar (por alguna razón) me parecieron curiosos unos bozales de tela delgada que usan los humanos cuando se enferman, sin embargo, papá se encuentra en un perfecto estado de salud, aun así los usaba cada que salía.

Semana 1

Los días posteriores fueron de los más extraño: papá se quedó en casa varios días seguidos además de usar como maniático la computadora, tecleando al compás de sus pensamientos, una y otra vez, mientras tanto trataba de animarle un poco. Además, ya no me sacaba a pasear tan seguido por lo que era muy fácil aburrirme en el pequeño espacio en el que vivimos. Primero probé con mi pelota de tenis, se la puse en su escritorio dejando unos delgados hilos de baba como todo un buen bóxer, a lo que el reaccionó con un:

– No, Rex; ahora no, ¡ay, tendré que repetirlo!

Al parecer manché unos papeles con escritos en tinta. No entiendo cuál es el problema si de esos tiene de sobra. Al no tener éxito decidí perseguir mi cola un buen rato. Debe tener alguna habilidad especial ya que como siempre ganó la condenada, pero un día de estos la he de alcanzar y no tiene idea de lo que le espera. En fin, volviendo a el aburrimiento, trepé por unos muebles para llegar a la ventana. Sentí el viento fresco en mi cara y no dudé en sacar la lengua para refrescarla. Entonces divisé en el árbol de enfrente una ardilla que rondaba por ahí como si nada, ladré para advertir mi fallido intento de atraparla, todo gracias a que papá evitó que saltase de la ventana diciendo:

– No, Rex, deja a la ardilla en paz.

¡Bah!, siempre me prohíbe las cosas divertidas. Al poco rato observé cómo Bichi, la gatita que vive en el departamento, fácilmente trepaba por el árbol y perseguía a mi presa sin que nadie le dijera nada. ¡Yo lo vi primero!, le grité, a lo que ella respondió con un maullido burlón de victoria. Bichi está en la cima de mi lista negra y un día de estos me vengaré de sus constantes burlas.

Mes 1

Hoy es día de limpieza. Papá ha dejado impecable la casa, pensé que podría ayudarlo, aprovechando que no tengo nada que hacer. Los paseos son menos frecuentes y toda la energía que debería ser aprovechada para jugar con mis amigos en el parque se acumula sin control en mi interior. Es hora de hacer mi buena obra del día, así tal vez papá tenga más tiempo para jugar conmigo, pero ¿qué puedo hacer? ¡Ah!, la maceta de la ventana tiene una planta casi marchita por el sol, voy a moverla a la sombra. Al momento de empujarla con mi nariz, la maceta cae con un estrepitoso ruido atrayendo la atención de papá.

–¡Rex, qué hiciste! ¡Acabo de limpiar y ya tiraste mi camelia! ¡Por eso no crece! –una vez más con la cola entre las patas por un inocente acto de bondad, no sé por qué cree que tengo algo en contra de su planta. Bueno, eso no salió tan bien, buscaré otra cosa con qué ayudar, veamos… ¡Oh, ya sé! ¡La computadora esclaviza a papá durante semanas! Es hora de acabar con ella.

Me acerco al escritorio y empujo con la nariz la computadora y antes de impactarse contra el suelo mi papá logra atraparla.

–¡Rex!, ¿qué pasa contigo hoy?

No era la respuesta que esperaba escuchar, más bien pensaba un “Gracias, Rex, por ser tan atento y preocuparte por mí” o “Eres el mejor perro del mundo”, no entiendo por qué papá es tan malagradecido.

Mes 2

Otra vez papá parece preocupado incluso aún más que cuando empezó el encierro. Ha salido en varias ocasiones y ha optado por hablar con un pequeño rectángulo electrónico a todas horas. Deben ser cosas de humanos, se preocupan por todo. Mientras tanto uso mi tiempo libre en mirar por la ventana, parece que papá no es el único con conductas raras; ya no veo a los niños ir temprano a ese lugar al que llaman escuela, las calles se ven más desiertas y casi todos llevan esos bozales delgados. Sólo he visto a algunos de mis amigos por la ventana de las casas vecinas, también he visto cómo se llevan a algunos vecinos humanos en un auto muy escandaloso. Algunos se los llevan porque no paran de toser y a otros los envuelven en bolsas negras. Me pregunto por qué pasa todo esto. ¿Será que todos nos hemos portado mal y estamos castigados?

Sólo espero poder salir pronto y ver feliz a papá otra vez.

Otra semana más

Papá regresó a casa después de un par de horas, se veía tan triste como la tarde nublada del día de hoy. Era una tristeza parecida a cuando falleció el abuelo Pedro. Llegó con los ojos lluviosos y desesperanzados, y ni siquiera me saludó, sólo se acostó en su cama abrazado de la foto de la abuela Olivia. Lloró y lloró hasta quedarse dormido, y por supuesto, yo lo acompañé.

Mes 3

Ya han pasado varios días y papá no se siente mejor. Teclea como un robot zombificado en la mañana. En la tarde mira un álbum de fotografías mientras come helado. A veces me acaricia, me cuenta cosas y llora abrazándome. Yo trato de consolarlo pero mis intentos son en vano. Para la noche miramos la ventana juntos. Creo que este extraño encierro que apareció de la nada también tiene cosas buenas. El aire en el ambiente es más puro y agradable, hay más pajarillos a los cuales ladrarles en los árboles, el cielo es más claro y por primera vez después de mucho tiempo se alcanzan a ver unos puntitos luminosos en el cielo nocturno. Papá se fijó en los más brillantes y hermosos y les dijo: “Pronto estaré con ustedes”. Yo lo miré y la lágrima recorría su mejilla hasta su mentón y caía en el marco de la ventana como si fuera una gota de lluvia.

Al día siguiente

Estaba en un profundo sueño cuando me desperté repentinamente de mi siesta vespertina; de la nada, me invadió un mal presentimiento. Fui a buscar a papá que estaba en la cocina, tenía un gran puño de pastillas en la mano, parecía tener la intención de tomarlas todas de un solo bocado. Me preguntaba cómo podía explicarle que los humanos no tienen esa capacidad. No había comido bien desde hace tiempo, ¿será que tenía hambre? No lo entiendo, si hay bastante comida en el refrigerador. Me pidió que me fuera, pero esta vez no me movería de ahí; él me necesitaba, sabía que tenía que detener lo que sea que estuviera intentando, así que puse mi cara más tierna, la misma que pongo cada vez que quiero que me dé comida o me saque a pasear. Su mano estaba a centímetros de su boca, me asusté ya que mi táctica no estaba funcionando, pero al verme titubeó, se dejó caer de rodillas y rompió en llanto, me abrazó y pidió disculpas varias veces; yo respiré tranquilo, mi buena obra del día dio resultados.

Unas sesiones de terapia más tarde

Papá compró un instrumento muy grande con teclas y que hace ruido, pensé que se trataba de otra malvada computadora, pero esta resultó ser buena. Hace sonidos bastante agradables y parece entretener bastante a papá. Me gusta acostarme a su lado y oírlo tocar y cantar, hace que me duerma después de un rato; son instantes que ni Bichi ni la ardilla podrán arruinar.

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