Talud

Yuri Herrera, escritor mexicano contemporáneo

El autor recrea estampas de personajes comunes

Yuri Herrera, escritor mexicano contemporáneo
El autor recrea estampas de personajes comunes

Talud, de Yuri Herrera, forma parte de la colección de Textos en Rotación del Colegio de Ciencias y Humanidades, cuya finalidad es facilitar los encuentros, en algún punto de la espiral, entre autores y lectores de diversas épocas.

En esta ocasión, a través de estos cuentos, el reconocido escritor contemporáneo recrea estampas de personajes comunes de nuestra sociedad, situaciones en las que fantasea de manera natural con ciertas circunstancias e historias donde echa a volar su imaginación y nos comparte cosas impensables.

En “Aztlán, D.C.”, el escritor narra cómo los mexicanos se apoderaron de Estados Unidos, cómo pasó sin que casi nadie lo advirtiera y primero fue un estado y luego otro, y otro, y otro…

“¿Cuándo había empezado esto?, pensó. Imposible saberlo. Por un largo período habían sido tan omnipresentes como insignificantes, hasta que la frase que nos causaba tanta gracia, tanta que la repetíamos como imitando a un niño, ya había tomado otro cariz: Mi casa es tu casa. Já”.

 

 

En la historia “El origen de las especies”, una persona encerrada es utilizada para ofrecer variedad en una fiesta disfrazado de oso, junto con otros animales.

—No voy a estar encerrado.

—No.

—Y no voy a estar a tiro.

—Así es.

—Y voy a tener una nueva identidad.

—Sí.

Se volvió hacia el metro y medio de tubos, colchón y buró en el que se pudría desde el arresto. Más que el catre o el bulbo con manchas hepáticas colgando del techo, lo que más lo deprimía era la elaborada carpetita de plástico sobre el buró. Por el rabillo del ojo pudo ver de nuevo la sonrisa torva que ponía el agente Félix cuando no lo miraban de frente: como si desapareciera todo él y sólo quedaran sus colmillos afilados y brillantes resplandeciendo ante el sufrimiento del mundo.

 

“Las llaves secretas del Corazón” narra la historia de un albañil de día y boxeador una vez a la semana, que encuentra alivio al tomar justicia por propia mano, hasta que alguien lo descubre y delata.

“Pedro aventó el cadáver en un callejón a la vuelta y luego anduvo calle tras calle, como un iluminado. Sentía los pulmones hartos, los brazos ligeros; veía el mundo tras una nueva lente, como si antes todo fuera borroso y de súbito los hombres y las cosas estuvieran al alcance de su mano”.

 

 

En “Por el poder investido en mí”, el invitado a una boda observa la fiesta y a sus invitados con una actitud cínica e insensible.

“Los novios llegaron a su mesa y Romero revirtió con una felicitación hipócrita la repugnancia que le producían, soltó a su interior unas risitas mustias. Para eso venía a estas fiestas, a comprobar con placer algo vicioso cómo el rebaño no podía alcanzar el estado de conciencia en el que se encontraba él. Ponen los ojos en blanco, pensó, como si el matrimonio no fuera un camino sin desviaciones hacia el odio mutuo”.

 

En “Los otros”, Clara, acompañada de su pareja, va hacerse una prueba, que se intuye, es para saber si tiene VIH, mientras la atienden hace un ejercicio de memoria…

“Fue mi primera novia. La primera con la que tuve sexo al menos. No me había pasado por la cabeza que nada pudiera salir mal, así es que asumí el papel de hombre de mundo, sólido, imperturbable, experimentado, machín, y le dije:

—No te preocupes, cachito, mira, vamos a hacer memoria y ya verás que no hay de qué preocuparse…

Al llegar al número veintitrés recordó que yo estaba ahí, levantó la pluma y dijo:

—Ay, me da pena contigo —cerró el periódico y lo guardó—, además no sé nada, mejor vamos a esperar.

Eso hicimos, en silencio. Yo quería decir algo, pero no sabía qué podía opinar que no resultara patético. Además, de súbito, me había entrado una sensación de fragilidad que temía me derrumbara”.

 

Otros cuentos son “Augurio”, sobre un presidente y uno de sus colaboradores, y la forma en que toma importante decisiones; “Los andamios paralelos”, una historia fantástica sobre una rendija de la pulquería: “En el Reloj de Arena”, donde el que mira a través de ella se puede observar en otros hechos y realidades.

Por último, en “La fiesta del sábado”, el autor narra el encuentro de dos hombres en un autobús que empiezan a platicar cordialmente y uno de ellos enfurece cuando se presentan y dicen sus nombres.

 

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