Yahualli: alquimia y esencia

Adaptación de El círculo de tiza caucasiano

Se vale de los mejores recursos: diversión, autenticidad y energía

Adaptación de El círculo de tiza caucasiano
Se vale de los mejores recursos: diversión, autenticidad y energía

En ocasiones, cuando vamos al teatro, observamos que una de las tendencias actuales (quizá ya no tan actual) es la preferencia por la espectacularidad: preciosas escenografías adornan los foros, el vestuario es llamativo y con galardones en el extranjero, los juegos de luces no se quedan atrás, lo mismo que la variedad en la explotación de los recursos mecánicos (Viene a la mente, por ejemplo, un espectáculo donde flotaba un tiburón sobre el público).

Al tiempo que los espectadores nos sentimos atraídos por los efectos visuales, nos preguntamos con más frecuencia que la deseada, ¿qué tanta sustancia hay detrás de cubiertas tan bellas? Pasa algo similar con los temas que —ya sabemos— poseen una aprobación pública, aceptables para el gusto y sentido de la población del siglo XXI, los cuales son absorbidos por las producciones como para «ganar puntos».

Bueno. Pues nada de esto es Yahualli, adaptación de El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht, un montaje de Zapato roto y HL producciones, que nos recuerda, con honestidad, que la esencia del teatro está en otra parte, muy lejana a la superficie.

El montaje mantiene, de forma muy sucinta, la anécdota brechtiana. Una discusión sobre quién tiene derecho sobre la tierra, da pie a los habitantes de un poblado a representar una obra de teatro. En ella, Emilia, una trabajadora doméstica, debido a lo que parece un motín durante la Revolución Mexicana, se ve muy pronto comprometida a cuidar del hijo de su patrona quien —por estar preocupada en cuestiones materiales— ha olvidado a su bebé.

De este modo, Emilia se enfrenta a la adversidad para alimentar al niño, cobijarlo, protegerlo y educarlo, pues pasan los años durante la guerrilla. Incluso, es capaz de renunciar a una promesa con Simón, su joven pretendiente.

La palabra yahualli, según el Gran Diccionario Náhuatl, se traduce como redondo, circular. Y es precisamente alusión al círculo que el juez Azdak pide dibujar en el suelo para determinar, una vez alcanzado el clímax de la obra, a quién pertenece el niño: ¿a la madre biológica o a la madre que ha visto por él?

Pero, ¿por qué vale la pena esta puesta, habiendo tantas adaptaciones de obras clásicas en cartelera? Por varias y muy afortunadas razones. La principal, por la verdad —limpia y presente— con que se entregan sus actores en escena, quienes, pese a ser únicamente cinco, juegan en el más puro sentido del teatro y representan todos los personajes necesarios para que se cuente su historia. (Los que se hayan acercado a la obra de Brecht, corroborarán que no son pocos). Es decir, hay un proceso de asimilación.

Esta verdad, que se explica únicamente presenciándola, es la que genera un equilibrio auténtico: sin la necesidad de grandes artificios escénicos, pues estamos ante una caja negra y la alquimia de resignificar objetos, actores, sonidos... (Las canciones, por ejemplo, están en náhuatl y maya; no necesitamos saber su traducción para entender perfectamente la emoción que las acompaña).

Otro factor que llama mucho la atención es el desarrollo que se percibe que el montaje ha alcanzado. Es común que las agrupaciones teatrales, más cuando son independientes, pasen por cambios y reestructuraciones significativas. Con Yahualli ocurrió justamente. Sólo que las modificaciones los llevaron a alcanzar su mejor y más pulida forma.

Lamentablemente, esta producción acaba de terminar temporada en el foro La Gruta, del Centro Cultural Helénico; sin embargo, nos comenta la agrupación que tendrá futuras funciones y, para estar al tanto de ellas, hay que seguirlos en sus redes sociales: Facebook: Yahualli e Instagram: yahualli_obra

Un último comentario es el que se refiere al público a quien está dirigida. Sin duda, la vitalidad lúdica de sus integrantes hace pensar que está enfocada al público infantil. No obstante, Yahualli es una pequeña joya —en medio de la confusión— que apreciará quien la presencie, pues se vale de los mejores recursos teatrales: autenticidad, energía y diversión. 

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