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Urge un regreso a la adolescencia

La pregunta “¿quién soy?” es, por definición, incontestable

Urge un regreso a la adolescencia
La pregunta “¿quién soy?” es, por definición, incontestable

Cuando yo era joven (no adolescente, no acepto esa denominación) odiaba que muchos adultos de los contextos en los que me desenvolvía (mi madre, mis tías, muchos de mis profesores) me dijeran que era un “adolescente”, que estaba buscando una identidad, que me encontraba en una etapa de tránsito que no tenía un valor en sí misma, sino que valía por el destino al que apuntaba: la vida adulta.

Presumían, sin sustento, que la vida adulta era la etapa sustancial de la vida: etapa de certezas, de autonomía, de identidad sólida, de conocimiento de sí mismo, etcétera. ¡Qué aburrido! ¡Y qué mentira!

Ese discurso de la adultez como identidad conquistada y de la adolescencia como búsqueda de la misma es una historia que se inventaron los “adultos” hace muchos años, con el fin de controlar a los jóvenes y de conducir su energía hacia un plan que ellos heredaron, medianamente asumieron y reproducen acríticamente (pues es más fácil).

En este pequeño texto pretendemos defender la idea de que esta concepción de la vida adulta, como vida plena y segura, es del todo falsa; son más bien este tipo de adultos peligrosos que la difunden quienes deberían rejuvenecer y recursar la adolescencia (si no es que ya lo están haciendo sin darse cuenta), aprender de los jóvenes, callarse y dejar de sermonearlos.

La pregunta “¿quién soy?” es, por definición, incontestable. Todas las respuestas que se pueden dar son siempre provisionales, contingentes, equívocas.

La vida adulta debería ser un reconocimiento de esa imposibilidad. Los adultos que piensan que saben quiénes son por encarnar unas identidades con apariencia de eternidad tienen un completo desconocimiento de sí mismos.

“Yo soy un padre”. “Yo soy un ingeniero”.” Yo soy católico”. “Yo soy un gerente de exportaciones”. “Yo soy un hombre”. “Yo soy mexicano”. ¡Blah! ¡Qué náuseas...! La vida está en otra parte.

La vida es más bien el deseo, y el deseo siempre acaba desbordando los continentes y los moldes de las identidades prestablecidas. Ser este tipo de adulto no es otra cosa que hacer un negocio vil con uno mismo: desoír el murmullo del río que es el deseo y atender al bullicio de las expectativas sociales. Perderse en el ruido, desatender el canto del deseo.

En la casa donde vivía cuando era joven había una copia de un cuadro que defendía esta penosa concepción de la vida adulta. Se llama El aguador de Sevilla. Es un cuadro donde aparecen un niño, un adulto y un anciano.

En el cuadro, el anciano le cede al niño una copa llena de agua (símbolo de la vida). Ninguno de los dos (anciano y niño) la están tomando, sólo portando. El anciano se la entrega al niño, como si se tratara de una estafeta que pasa quien está por dejar la vida a quien está por comenzar a vivirla.

El adulto, al contrario, es el único que está tomando el agua de la copa y lo hace, por supuesto, desde el centro de la imagen (adulto-centrismo). Los tres personajes son la misma persona en distintas etapas.

La idea que quería comunicar Velázquez es que son los adultos y no los niños, ni los ancianos, los que realizan la vida, los que están a su altura. La madurez, como la única etapa donde la vida es plena.

En esa época yo iba en la preparatoria y tenía muchos problemas de dinero. Para solucionarlos, decidí enmarcar de nuevo el cuadro y rifarlo. Recolecté mucho dinero y con él me fui de viaje. 

*Profesor del plantel Naucalpan

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