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El libro celebra el centenario de los tres escritores

El título reúne a Alí Chumacero, José Luis Martínez y J. J. Arreola

El libro celebra el centenario de los tres escritores
El título reúne a Alí Chumacero, José Luis Martínez y J. J. Arreola

Como en una charla de amigos, Adolfo Castañón presenta al público joven del bachillerato tres representantes de las letras mexicanas: José Luis Martínez, Alí Chumacero y Juan José Arreola; esto a través de un diálogo plagado de descripciones, anécdotas, comentarios y revelaciones en su encuentro personal y literario.

Fuga a tres voces. José Luis Martínez, Alí Chumacero, Juan José Arreola celebra los cien años de nacimiento de estos escritores, que coincidentemente son de 1918, a partir de catorce textos: cinco que refieren a Martínez, cuatro sobre Chumacero y cinco enfocados en Arreola.

“Los tres fueron amigos entre sí y compartieron una triple fidelidad: a la vocación, a la inteligencia crítica y a la amistad. También compartieron una inclinación fervorosa hacia la cultura del libro y fueron editores ellos mismos”, señala el también integrante de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), del cual toma el nombre la Colección La Academia para Jóvenes, que edita el CCH y a la cual pertenece dicho texto.

En el libro, cuyo título tiene su origen en la obra de Johann Sebastian Bach, en específico en fuga en Do menor BWV 847, Adolfo Castañón realiza un viaje por la memoria y trae al presente la figura de José Luis Martínez, de quien resalta su vínculo estrecho con figuras como Alfonso Reyes, Enrique Díez-Canedo, Jaime Torres Bodet; además convivió y fue amigo y lector de Octavio Paz, Juan José Arreola, Alí Chumacero, Agustín Yáñez, Jorge González Durán. También fue testigo de varias épocas de la vida literaria mexicana, ya que colaboró en revistas y proyectos editoriales como Letras de México, El Hijo Pródigo, Cuadernos Americanos.

Sobre su obra, explica que gira en torno a tres ejes: el primero enfocado en el México antes de la conquista, al dedicar su escritura a Nezahualcóyotl, Hernán Cortés, Bernardino de Sahagún, Bernal Díaz del Castillo y a los cronistas de la colonia; el segundo incluye sus estudios sobre la literatura mexicana en el siglo XIX y la expresión nacional; el tercero hace referencia a la literatura contemporánea, concentrándose en el trato con los escritores.

Más adelante, al llegar con Alí Chumacero, se detalla la personalidad del poeta nayarita:

“Alí seguía siendo el niño terrible que sabía con pícara gallardía y buen humor poner el dedo en la llaga; sabía también que la belleza es lo esencial, que la conversación, la pausa, la tregua y el buen humor —la gaya ciencia— eran una como religión secreta y no tan secreta que le permitía, en primer lugar, ser un árbitro de la elegancia”.

Chumacero “pertenece a una familia de europeos —españoles y americanos— alimentada en el cuadrivio perdurable de las fuentes bíblicas y clásicas, los Siglos de Oro y las letras modernas, la dorada proporción tipográfica y las no menos arduas disciplinas de la gramática parda”. Es dueño de una poesía inspirada por la vida, alimentada por ella, “está en la vida y, en algunos casos, es la vida misma”.

Con el jalisciense Juan José Arreola, comparte la imagen del profesor universitario,

“un duende apresurado que atravesaba los patios de la Facultad de Filosofía y Letras con una elegante capa oscura de paño que flotaba tras él como la sombra de un ave inquieta y fantástica. Traía el cabello revuelto, entrecano, casi blanco, más sal que pimienta; ese arrebatado aire lo subrayaba su palabra vivaz, pero sobre todo los zapatos tenis mal abrochados que acentuaban la condición aérea ya anunciada por la capa”.

No sólo era católico, se indica, sino que venía de la Edad Media.

“De François Villon y de Gil Vicente, de Rutebeuf y de Garci Sánchez, de Badajoz. Afrancesado hasta las puntas de las uñas. Se sabía de memoria a Paul Verlaine, Émile Verhaeren y Georges Rodenbach, como me dijo en Bélgica su traductor francés, que estaba deslumbrado por la memoria del maestro mexicano que no dejaba de recitarle a esos y a otros poetas de memoria mientras paseaban por Bruselas y Brujas”.

Arreola tenía un agudo sentido artesanal, “supo unir la audacia imaginativa y fantástica con un rigor sintáctico que fue también un rigor moral. Él sabía que escribir es un trabajo complejo; era un hombre honesto, con severos cuestionamientos morales y religiosos”. También, fundó tres editoriales y “alentó durante décadas a varias generaciones de escritores a través de lo que él llamó talleres literarios, aunque quizá también podría hablarse de laboratorios de la poesía y la letra”.

Adentrarse a la vida y obra de cada uno de ellos es lo que Fuga a tres voces busca en el público juvenil, pero sobre todo contribuir a la salud cultural de una nación, pues “sin lectores, las páginas de los libros dejan de respirar, sin lectores pareciera inútil todo esfuerzo de escritura”, como lo afirma en el Proemio del libro, Benjamín Barajas Sánchez, director general del CCH.

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