Casi toda la obra narrativa de Antonio Skármeta, quien falleció el pasado 15 de octubre, en Santiago de Chile, anda por dos caminos esenciales: la novela y la cinematografía.
Leí, hace ya varios años, atraído por el título poético Soñé que la nieve ardía, que representa el inicio literario del escritor y es una novela que camina en el país andino, en un momento socialista con Salvador Allende al mando, un joven (acaso el mismo Skármeta) que se debate entre el fútbol, la literatura y la política. Es una obra intensa, con humor. La disfruté.
Pasaron varios años para que volviera a leer alguna obra del nacido en Antofagasta, una de las ciudades portuarias chilenas.
Después entré en el cuento skarmetiano con Tiro libre, un pequeño libro editado por editorial Siglo XXI. Si hay un punto de encuentro entre todos es la caída de Salvador Allende, en Chile. La mayoría tiene un sesgo político, pero sin ubicarse en lo panfletario.
Lo curioso de este libro no es que lo haya escrito en Argentina, sino que nunca se distribuyó en Chile durante los años de la dictadura. Dividido en tres partes, considero que hay un cuento destacado por cada una: “El último tren”, “El cigarrillo” y “Profesionales”.
De la misma manera, dejé un largo tiempo de ausencia entre mi lectura de Skármeta y la vida.
En ese tiempo recurrí a muchos de sus compañeros y contemporáneos. Por ejemplo, Poli Délano, quien nació en España, hizo su vida literaria en Chile. Al poderoso poeta Raúl Zurita, la excelente narradora Diamela Eltit; y por supuesto, siempre Neruda, Parra, Huidobro, Lihn, Bolaño…
Retomé la última de mis lecturas, hasta el momento, de Skármeta con La boda del poeta. Novela sobre Jerónimo, un alemán banquero que se muda a una isla, donde piensa pasar su vida, y conoce a una joven Alia, con quien se casa.
De esta novela rescato y destaco el calibrado sentido para elaborar el personaje masculino, un centroeuropeo que va a encontrarse con un conflicto de carácter amoroso, sexual, histórico.
La dicotomía entre la vejez y la juventud, la emoción y la añoranza, el vaivén de mar y la pérdida de la esperanza.
No he leído más novelas de Skármeta, pero sí he vi los programas de Libro abierto, espacio de la televisión donde ejercía la crítica, y lo hacía con humor, con la sencillez de un actor que conoce al público al que le habla.
En una entrevista concedida a un medio, Skármeta hablaba así sobre la trascendencia de la literatura:
De qué vale la literatura si la literatura no contiene vida, y vida había, aunque después se consagre en la literatura. En el momento en que entra en la literatura es también contingencia, y esa contingencia tiene un marco histórico. Esos eran pensamientos que pedían ser interpretados dentro de contextos históricos. Claro, las tendencias estructuralistas y posestructuralistas eran más asépticas, es decir, hay una frase bien clara que viene del pensamiento de [Edmund] Husserl, de la fenomenología, que es poner la realidad “entre paréntesis”.
Conocí poco de su faceta como cineasta, como actor y como guionista. Logré ver El cartero, el filme que lo mandó a la fama, pero no puedo ejercer una crítica sensata, pues no soy conocedor del séptimo arte. Si se quiere conocer más de él, verla sería importante.
Dentro de su obra, además de las ya mencionadas, destacan las novelas No pasó nada, La insurrección (que fue llevada al cine también), La chica del trombón y Los días del arcoíris; así como los libros de cuentos El entusiasmo, Desnudo en el tejado de una casa en Barcelona y Novios y solitarios; las obras de teatro La búsqueda y La mancha.
Además, fue galardonado con los premios Casa de las Américas, Beca Berliner Künstlerprogramm del DAAD, Premio Altazor, Premio Medicis, Medalla Goethe, Premio Planeta, Premio Unesco, Premio Nacional de Literatura en Chile, entre muchos otros.
Considero que para los jóvenes en formación literaria, leer a Skármeta sería conveniente no sólo por gran oficio de narrador que tenía, sino por la rebeldía, la sensatez, la fidelidad a una ideología, la fuerza narrativa y argumentativa.