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Donde florece la sabiduría

Contemplar el mundo a través de ese espacio natural cercado

Donde florece la sabiduría
Contemplar el mundo a través de ese espacio natural cercado

 

 

 

 

gacetacch@cch.unam.mx

C

ierra los ojos e imagina un jardín, ¿qué sientes al evocarlo? Esto puede ser un punto de partida para explorar el significado de un jardín. Pero antes, es menester definir a la naturaleza, ya que constituye su fuente primordial.

La naturaleza tiene múltiples acepciones, pero en este texto nos referiremos como el conjunto de lo inerte y lo que brota y manifiesta la vida sin la intervención humana.

El jardín humaniza la naturaleza, pero no para explotarla, sino para diseñar un espacio vivo que integra y compone elementos vegetales con fines ornamentales.

Un jardín no solo es un terreno con plantas, sino es un pequeño cosmos que conjuga arte y filosofía. Es arte lo que realiza un acto poético y propicia la contemplación del mundo a través de ese espacio cercado.

Estar y observar lo que sucede en un jardín nos sitúa en un tiempo con su propio ritmo, no se altera a nuestra disposición, nos permite contemplar la diversidad y la transformación de lo vivo: crecer, multiplicarse, florecer, morir y renacer, todo ello a condición de expandir nuestra paciencia.

Para Santiago Beruete, un jardín también es una idea, no solo es una acción de poner y disponer, sino de pensar y hacer un acto reflexivo, de ahí su texto Jardinosofía (2016).

El jardín es un espacio estético que nos permite comprender la realidad. Sumergirse en la vida de un jardín, a decir de Byung-Chul Han (2021), nos conecta con la sacralidad que guarda el ser humano con la naturaleza. Nos conecta con la tierra, el agua y la luz, elementos esenciales para sostener la voluptuosidad de la vida.

El jardín transmite tranquilidad, armonía y sabiduría al contemplarlo, pero cuidarlo y sostenerlo se convierte en obra de arte que apertura el mundo a través del gozo y el respeto.

Contemplarlo es como ingresar a otro mundo, como si se tratara de un lenguaje misterioso que se resiste a descifrarse.

Observarlo siempre trae sorpresas; cada día puede aparecer un nuevo brote o una planta marchita que nos muestra su propio tiempo, sus formas y demandas de atención.

Adentrarnos en él es un retiro de la vida común para brindarnos serenidad, donde se revela el cambio y la dinámica radiante de la vida y la muerte, de la transformación.

Contemplar un jardín nos hace conscientes de los ciclos y nos enseña que el tiempo no exige rapidez para ser útil, sino que tiene su propio ritmo.

Un acto fundamental en la jardinería es el conocimiento y el cuidado, que buscan la belleza a través de preservar la vida.

El cuidado no solo es un asunto moral que tiende hacia el bien, sino también nos conduce al horizonte de la belleza, en el que se experimenta la placidez, la tranquilidad y el deleite.

Las utopías, esos relatos imaginarios de un mejor mundo, siempre incluyen jardines, quizá por el placer que siente la mente humana cuando se aísla de la interpretación del mundo centrado en usar, rendir, utilizar, explotar, desechar y sobrevivir, encontrando en cambio un estado de plenitud y placidez.

Uno de los relatos paradisíacos más familiares sería el mito del Edén, como un momento originario en el que no hay cabida para la necesidad ni el dolor. Un jardín es un cachito de paraíso, dentro de la vorágine del mundo actual.

Quizá el espacio donde mejor florece la sabiduría sea un jardín, pues en él se desarrollaron las principales escuelas de conocimiento de la antigüedad occidental, como la Academia platónica o el Liceo Aristotélico. En éste se reflexionaba mientras caminaban, por eso se les llamaba los peripatéticos, quizá porque en el andar se mueven las ideas, como la tierra para preparar la siembra.

Sin duda, la mayor referencia del Jardín como espacio para el florecimiento del conocimiento fue el de la escuela de Epicuro, ya que puede ser que el silencio y la sombra de los árboles propiciaran germinar los pensamientos.

Es un hecho que en los primeros tiempos de la filosofía, ésta fue practicada al aire libre, como el campo donde brota, fluye y se disemina el pensamiento.

Para finalizar, pensemos metafóricamente cómo puede el pensamiento ser un jardín. Imaginar el pensamiento como un jardín que florece y expresa la diversidad de manifestaciones de la vida, que requiere darse tiempo para madurar las ideas y que sorpresivamente arroja nuevas cuando se le procura un buen abono y un riego adecuado.

Un espacio poético donde el conocimiento es un gozo y la placidez se alcanza mediante el cuidado, la paciencia y el respeto.

 

Fuentes:

Beruete, S., (2016) Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines, Turner.

Han, B., (2021) Loa a la tierra, Herder. 

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