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México bárbaro

Ser joven mexicano es bárbaro debido a la constante presión que busca encadenarnos a un estándar que –se supone– nos define. Muchos crecimos en un mundo de fantasía donde el amor perfecto algún día aparecería como en las películas de Disney; en suma, con ideas románticas que aspiran a lo imposible. Lo cierto es que la juventud actual carece de responsabilidad afectiva. Nadie dice entenderla y ni los mismos jóvenes conocen sus sentimientos por estar enajenados en las redes sociales porque, en cuanto a la sexualidad, el internet está lleno de depravados que mienten u otros que se creen sabios hablando de pornografía y de cómo “tratar” a una “dama”. Por desgracia, algunos jóvenes idealizan a los llamados influencers, tiktokers, streamers o bloggers, quienes imponen sus juicios sobre cómo deberíamos vivir, vestir, comer llegando al absurdo. Así que, como esta generación creció con internet sin ser supervisión parental, simplemente cree lo que ve, sin cuestionárselo. 

¡Cómo negar que hoy el joven mexicano vive de la aprobación! Al grado de que ésta se ha convertido en uno de nuestros “tres comercios”, como diría Montaigne. Por las redes sociales, nos creamos una personalidad y un aesthetic. Ropa holgada con blusas de diferentes bandas, cabello siempre suelto, despeinado, libre o bien planchado, obviamente que no falte el tinte o el decolorado, las luces; las chicas seguras siempre usan top o minifalda, pantalones anchos, mezclilla rota o bien los famosos “cargo”. ¡Dios bendito, que jamás falten las sudaderas! –hay quienes las usan, aunque haga calor–. Fascinan las perforaciones y todos traerían una, si no fuera porque los padres las relacionan con el abandono de la escuela. Los tatuajes son preciados, significativos para unos y, para otros, sólo una oportunidad para sacarle canas verdes a su madre. 

Somos una de las generaciones más fiesteras y débiles cuando se habla de alcohol y música que nos prenda, o de otra manera, canciones para los dolidos por el “ex”, al que todavía no se supera. Algunos bailan hasta llegar al suelo, sin vergüenza alguna y todavía se avientan un “beso de tres”. Los protagonistas casi siempre son el Oso negro, Absolut, Tonayán o la cerveza; no hay que olvidar el vape. Esta adolescencia poco sabe de pudor, pero lo que sí del chisme, de boca en boca, donde todos tienen la lengua filosa, porque se creció en una sociedad donde el denostar al otro es lo que invoca. 

Tal parece que estamos obligados a nacer y ya saber correr. ¡Ustedes deben saber qué es lo que quieren, qué van a estudiar, en qué trabajarán por el resto de sus vidas! Todo esto hay que decidirlo a escasos 17 años, o si no, te tacharán de vago o como un inútil sin intereses. ¡No olvides asistir a misa! Debes creer en Dios, a reserva de ser mal visto por la familia, pues la abuela ya no querrá consentirte con tu mole favorito. La cocina mexicana es tan deliciosa que nos abre el apetito y “hace agua la boca”, como diría Salomón de la Selva. Entonces, cuando le digas a tu familia de lo que vas a trabajar, prepárate para el comentario: “De eso no sale para comer”.

En El laberinto de la soledad, Octavio Paz señala que una mirada puede desatar la cólera. ¡Cuánta razón hay en ello! El problema es, ¿quién ignora que hoy en México es más fácil conseguir dinero de taquero, que aquel dedicado a obtener un título universitario? ¡Qué escenario de desilusión nos espera al saber que, después de perder nuestra estabilidad emocional por un título, éste que no valdrá nada, si no se cuenta con experiencia laboral suficiente! Y mejor no hablemos sobre las afores y una jubilación sin pensión, a menos que ahorres desde los 20 años para sobrevivir a tus 70 años –claro está, si a ellos llegas– antes de que la humanidad sea destruida por el calentamiento global o porque la economía mundial se fue a la quiebra. 

Ser joven mexicano es bárbaro. ¿Acaso las autoridades, en sus diferentes escalas, desconocen la violencia, aunque claramente están rodeadas de ella? Si vives en la zona metropolitana, el riesgo de que te asalten disminuye, pero no desaparece, y esto podría ser la menor de tus preocupaciones, porque entre ser asaltado a que te maten, todos prefieren la primera, aunque no debería ser opcional, pero esta es la realidad.

Ni qué hablar sobre ser mujer en México; es mucho más bárbaro y sólo las más atentas sobreviven a este campo de guerra, donde llevar un uniforme escolar se lee como una provocación de una cualquiera; todos señalan la chica que regresa tarde de la fiesta, sola, medio borracha, con el cabello teñido pues, “los caballeros las prefieren rubias” como irónicamente comenta Margo Glantz, pero en la actualidad a los “caballeros” les importa más que entren en la cajuela sin protestar. Cada día aparece una nueva, tirada en el terreno baldío, en una bolsa negra o arrojada al canal más oscuro. “Navega en mi sangre lo más antiguo de México” dice Pellicer y sí, la sangre, la violencia y los maltratos se plasman en nuestras calles feminicidas. 

La violencia resulta ser tan antigua como el mismo pan del que habla Novo en su “Antología”. Éste es nuestro país, cubierto de hermosa cultura, lengua y gastronomía, donde los jóvenes crecen y deben gestar el cambio ante un país roto, lleno de sangre y violencia que hoy es nuestro legado, y al que nuestros padres esperan que limpiemos. Nosotros somos todo esto. Cierro esta reflexión, recuperando a Montaigne: “no importa las heridas que llevemos dentro, vivo al día, y con respeto sea dicho, no vivo sino para mí.”

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