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Casandra, esto es el colmo

Las pisadas frenéticas de Casandra resonaban a más de tres cuadras debido al salpicar de charcos en aquel pavimento empedrado. Mientras vigilaba que no apareciera alguna persona conocida en ese pequeño lugar propenso a acontecimientos inesperados, maniobraba ágilmente para evitar malos pasos entre las irregulares piedras.

—¿A dónde vas, Casandra? —le pregunté.

—Qué te importa a dónde, zopenco —respondió con su encanto característico que siempre jugaba a su favor.

—Ja, ja, ja, me perdí la tontería del día —comenté sin ocultar mi interés por la situación.

—Pues, ¿quién te manda a estar de chismoso con los vecinos? Mejor vete a molestar a otra parte — ordenó con su voz firme y femenina, aunque entrecortada, característica de los habitantes de Cabaranga.

No supe qué responderle por un momento, quería retarla, pero al mismo tiempo sabía que podría quedarme a presenciar el desenlace si seguía picando los botones equivocados.

—Bueno, igual te puedo echar la mano si no te pones especial —intervine.

El orgullo escondido de Casandra podría arruinar todas las relaciones de las que tanto se preocupaba, pero prefería gastar mi tiempo en otras cosas.

—Pues, ya ves al idiota de Carlos, otra vez estaba comiéndose las campanillas de la señora Cleotilde.
—Eso explica todo.
—Espérate a que termine para dar tus aportes estúpidos —dijo entre bocanadas de aire, al borde del desmayo.
—Bueno, pues, me callo.

Casandra caminó por las calles, llenas de casas multicolores, algunas con la pintura gastada y bugambilias extendiéndose por las fachadas. Encontró una miscelánea que conocía bien, subió por el anuncio como solía hacer cuando era más joven y vigilaba todo Cabaranga desde la azotea.

Con su voz susurrante, comenzó:

—Pues lo perseguí por todas partes, no vaya a ser que también se perdiera porque yo le espanté y Carlos empiece con su drama y sus desplantes. Lo seguí, y en el proceso arruinamos la florería de Carlita, el bar de Cornelio y maltratamos el jardín de doña Cosme. La bestia no paró hasta entrar en la biblioteca, donde terminó por huir y a mí me dieron el regaño de mi vida.
—Entonces andas huyendo de todos ellos por todo lo que arruinaste —concluí.

Casandra reparó su chancla mientras continuaba su relato.

—No, que te esperes. Pues me disculpé y lo fui a buscar. Cuando por fin lo encontré, vi que estaba desenterrando algo, ya sabes cómo son los perros.

—¿Qué desenterraba? —pregunté.

—El cuerpo de Carlos —dijo con calma al encender un cigarrillo.

—¿Cómo?… ¿Carlos está muerto? —expresé sorpresa y estupefacción.

—Sí.

—¿Y qué hiciste? ¿Su familia lo sabe? ¿La policía?

—Primero fui a su casa.

—¿Y?

—Que no me interrumpas. Carlos estaba ahí, de hecho, él me abrió la puerta. Colocó serenamente su pie en la chancla recién reparada para probarla. Con una mirada desinteresada, comenzó a hacer movimientos con el pie mientras seguía sentada, probando su cigarrillo.

—Estaba muy asqueada y también confundida, pero por puro morbo entré a su casa. Estaba también su familia; hacía mucho que no los veía, solía comer con ellos cuando niña. Me ofrecieron de comer y contesté que sí mientras miraba a Carlos. No podía despegar mis ojos de él. La intriga era demasiada y no ayudó que su cara no cambiaba nunca de expresión, siempre esa sutil sonrisa con la mirada aterradoramente apuntándome.

—¿Qué tienes, Cas?, me preguntó. Nadie me llamaba Cas desde la preparatoria, cuando en una fiesta expresé mi disgusto por el apodo. “Nada”, le contesté. Sus padres actuaban de igual manera. “Eres muy bonita, Cas, sobre todo con esa blusa blanca. Me la quiero robar”, intenté ser simpática y le dije que se lo iba a dar con el baby blue.

—¿Qué baby blue?

—Con una sonrisa socarrona en su rostro, volteó y dijo: Exacto. ¿Qué baby blue?

—Maldita sea.

Pisó la colilla de su cigarro y se levantó con flojera del colchón. Ya de pie, estiró su espalda y tronándose uno que otro hueso en el proceso, prosiguió.

—El día anterior a la graduación Carmen y yo fuimos a buscar un vestido para mí. Entre tantos, había un vestido al que la señorita que nos atendía llamaba “baby blue”. Era azul claro y Carmen no paraba de fregar con que era el perfecto para mí.

—Pero el vestido que utilizaste terminó siendo negro.

—Así es, quería verme sexy en vez de una especie de vómito de un baby shower.

Su sonrisa seguía plantada en su rostro, aunque se podía notar cierta nostalgia en su mirada.
— Carmen insistió en que, aún si no iba a usarlo para la graduación, me lo llevara para otra ocasión. Ya sabes que ella siempre me mimaba como la hija que nunca tuvo, y pues Carlos no era el hijo más decente. “Te lo quiero robar”, me dijo. Yo le dije que cuando quisiera lo podía tener. De todos modos, no es como si de verdad me gustara.

—No estoy entendiendo. ¿Eso qué o qué tiene que ver con Carlos?

—¿Sí me esperas?

Extrañamente, no se veía tan irritada esta vez. Con una mirada distante se apoyó sobre la pequeña barda de la azotea y mirando a la luna, continuó: “Que me llamaran ‘Cas’ y Carmen no supiera del vestido, entre otras cosas, me llevó a una cosa que tenían en común”.

—¿Qué cosa?

—Tú

—¿Yo?

—No, la otra persona acá a mi lado, tonto”. Burlonamente siguió, “No estuviste cuando esas cosas pasaron.

—Eso no prueba nada.

—¿Que no prueba nada?, ja,ja,ja. Carlos aparece muerto y de la nada hay un clon de él en su casa, no sabe de los acontecimientos después de hace algunos meses y sus padres están igual o peor. ¿Crees que soy tan estúpida? Eso de ahí no era Carlos. Él está muerto y estoy segura de que sus padres también.

Casandra temblaba de la furia que sentía.

— ¿ Cómo los mataste?

—Yo no maté a nadie.

—No mientas. Es obvio.

—Esto es el colmo, Casandra.

—Supongo que sí. Es el colmo que no hayamos visto esto antes. Cabaranga es un mal chiste.

Empezó a caminar por la azotea como si ya no importara despertar a la pareja de ancianos que se encargaba de la miscelánea.

— Primero, creí que eras una especie de dios.

Posteriormente negó con la cabeza.

— Al parecer, como probé cuando corría, una vez que tengo tu atención, no puedo deshacerme de ti. Sin embargo, no eres omnipresente, te pierdes de las cosas por prestar atención a otras… Tampoco eres omnipotente, pues no tienes el poder de estar en todos lados. Y no eres omnisciente.

—¿Por qué no?

—Porque ya me habrías matado. Así de simple.

—Que…

—Sigo hablando.

Se paró firmemente y volteando su mirada levemente hacia arriba declaró.

— Nunca he sabido de nadie que salga de Cabaranga, pero conozco a alguien que tenía ganas de explorar más allá de este pueblo, Carlos. Dime ¿Encontró algo que no debía? ¿Descubrió los límites de este mundo?

—Aquí no hay límites, niña. Por más que apreciara a Casandra y sus desventuras, empezaba a acabar con mi paciencia.

 

—Si los hay, porque tú eres un limitado. Insolente.

—No quieres que nadie salga de tu maldita cárcel. Pero eres demasiado estúpido para creer que no te descubrirían algún día. Sólo quiero que te quede claro algo, por más que nos mates, solo harás más obvia tu estupidez y al final te quedarás con puras marionetas congeladas en el tiempo. Me sorprende lo inútil que eres.

 

—A mí me sorprende lo estúpida que eres. Tenías la opción de vivir en tranquilidad y paz, pero insististe en meterte con quien no debes. No soy Dios, pero soy tu dios. Estúpida.

 

—Ay Casandra, eres en verdad estúpida —dije con verdadera tristeza.

 

—No podrás ignorar que esto sucedió. Tus limitaciones no lograrán borrarme por completo —acomodó su flequillo e intentaba parecer segura, aunque su temblor ahora era de miedo.

 

—No eres lo suficientemente astuto como para eliminarnos sin alterar el resto de la realidad o lo que sea que sea. Puedes matarme, pero nunca olvidarás lo que te dije. Estás condenado a arruinar tu propia existencia por tu escaso poder

 

—Mírame.

 

Poco a poco, a Casandra le faltaba el aire. Sus piernas se debilitaron y sus rodillas cedieron. Ella rogó por disculpas ante mí, pero era muy tarde. No reconoció lo bondadoso que era hasta que se lo hice ver. Sin duda, su muerte fue lamentable; una mujer tan llena de vida y expresividad será, sin duda, extrañada por su servidor. Una chica que, aunque brusca, era linda, con una belleza peculiar y una sonrisa sin igual. Casandra era única. Pero el deber de todo narrador es controlar su historia sin importar qué. Cabaranga es un lugar sin duda lleno de personajes interesantes… Esta vez, me pregunto qué estará haciendo Camila.

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