Estatua helada sin ojos,
tu boca hambrienta traga todo.
Melodía que duele,
que rompe, que se quiebra, que inhala y no se acaba.
Sofoco de aullante desvelo,
parece que nunca te tengo,
y a la vez te siento
como una serpiente que no termina de enredarse nunca,
como el pasillo sin retorno ni salida,
con muros estancados en recuerdos,
y música de todos los sueños.
Sonrisa de nube burlona,
porque sabe que no la tocarás nunca.
Ni en risueños goces,
ni en melancólicos reproches.
Senderos de luz pálida,
como si nunca terminara de amanecer,
en un cielo que no puede anochecer.
que controlas todo con fastidioso carácter,
jamás complaces.
Tristes y fortuitos intentos,
de entenderte en el día,
de encerrarte en la vida.
Que no le temo a la muerte,
pero le temo a tu prisa.
Tu objetivo nublado,
de telas rasgadas y manos ensangrentadas.
Que aprisionan las almas que palpitan,
y mis palabras se asfixian.
Semblante polvoso,
de collares falsos y adornos pretenciosos.
Arráncalos de una vez,
para qué esperas el fallecer
Te presentas travieso e inocente,
como enredadera,
y, sin aviso, robas todo lo que queda.
Detalles que se resbalan,
cantos que no acaban de perseguir a tu silencio,
que tú nadas donde no existe agua.
El gran conquistador del cosmos,
el verdadero dios del mundo,
el pájaro libre en un cielo desnudo.
Usurpador de extremidades,
consumidor de la música de mis ángeles,
pervertido por las curvas de los momentos,
posees una fanática obsesión por los finales.
Cumbre de la tragedia humana,
creador de todos mis temores,
¡deja de marchitar mis ensoñaciones!