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Ese día me puse bonita. Arreglé mi cabello como nunca, lo alacié con la plancha de mamá y le coloqué un poco de su silica para oler a uva; me puse mi vestido de flores rojas con fondo blanco, que me compraron para mi cumpleaños número dieciséis y partí de mi casa para encontrarme con él.

Era maravilloso, guapo, inteligente, atractivo; no podía existir alguien tan perfecto. Sabía escucharme, hablarme, descifrarme y reconstruirme. Éramos amigos con llamadas y mensajes, nunca con salidas o reuniones, nos dividía un monitor y ninguno tenía problema con ello.

Decidimos reunirnos en torno a una cafetería, después de habernos enviado cien cartas, miles de bellas palabras en las que yo le contaba todo sobre mí y él me respondía diciendo que yo era mejor que las siete maravillas del mundo.

Llegué a las 4:00pm, a esa hora era la cita y yo no quise estar tarde, no podía esperar para verlo. Por alguna razón él no llegaba, eran 4:30, 4:45 y las 5:00, pero nada.

Entraba y salía la gente del lugar, el gerente y la mesera sólo me observaban, y yo tenía una mezcla de enojo y tristeza recorriendo mis venas.

Decidí salir y esperar por diez minutos más en el poste que estaba al doblar la esquina, pero antes de que pudiera cumplirse ese tiempo, llegó una camioneta negra y dos tipos fornidos con paliacates en el rostro.

Me colocaron un pañuelo con olor raro en la nariz y me tomaron fuertemente; eso es lo último que recuerdo, antes de perder el conocimiento.

Desperté con sangre en mi bonito vestido, me dolía la entrepierna y en mis brazos y vientre tenía pequeñas marcas en forma circular que aún me ardían. No me acordaba de nada, pero creo que eso era mejor. 

 

II

No supe dónde estaba, me encontraba en un cuarto oscuro que, aunque tuviera una gran puerta, no quise acercarme siquiera. Comprendí que algo malo había ocurrido y pensé en echarle la culpa a Dios hasta que oí su voz, la voz de todas las llamadas que me habían erizado la piel y ahora me estaban causando escalofrío.

Entró y me vio con las rodillas encogidas, temblando de miedo; entonces se acercó un poco y con un tono perverso me dijo:

- Estabas bien buena, mi amorcito. Mejor que las siete maravillas juntas.

Exploté de coraje, entendí todo; le di una cachetada antes de que reaccionara y por consecuencia me tomó de forma agresiva del brazo, me aventó contra la pared y apretándome el cuello me dijo entre dientes:

- ¡No te quieras pasar de lista! Estás muy buena, pero yo no tolero pendejadas.

Encerrada en mi odio, no supe escuchar y lo mordí, eso aumentó su molestia y como resultado me tiró en el piso, se me subió, comenzó a besarme el cuello, inmovilizó mis manos y tocó mis piernas una y otra vez. Alzó mi vestido y bajó mi pantaleta; me violó de forma repugnante, puso su miembro dentro de mí y justo en el momento que (supongo) estaba en la cumbre de su placer bajó la guardia. Le piqué los ojos, se bajó de mí y tomó un arma de su pantalón, se puso de pie y gritó:

- ¡Tú no entiendes, chingada madre!

Me disparó en el estómago. Comencé a desangrarme y sentí el segundo dolor más grande de mi vida (el primero había sido apenas hacía unos minutos). Sentía la sangre que arrojaba la herida, de alguna forma sentí la muerte cerca y me inundé de calma. Lo que lamenté es que ese día me había puesto bonita y había decidido creer.

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