amabilidad

Área Histórico-Social

Es útil para una convivencia más humana

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Es útil para una convivencia más humana

Un hombre alegre es siempre amable. (Máximo Gorki)

Con el paso del tiempo estoy convencido de la importancia que la amabilidad tiene en nuestras vidas. No me refiero a las buenas costumbres ni a las acciones socialmente aceptables que se asocian a una “buena educación”, sino a otra cosa: a esa disposición atenta y solidaria con el otro. La amabilidad no tiene que ver con sacrificar nuestro interés personal en aras de beneficiar al otro, encerrarnos en un egoísmo a ultranza, ni mucho menos en la adulación, sino en una atención firme por valorar al otro.

Hace años pensaba que la amabilidad consistía en acciones que resultaban agradables, pero que, a fin de cuentas, era prescindible. Me molestaba por parecerme artificial y, en ocasiones, consideré la posibilidad de eliminarla de mi lista de valores. Actualmente pienso que la amabilidad es esencial para nuestra convivencia, tan natural que ésta nos hace humanos. Por ejemplo, los cuidados de un padre que procura a su hija pequeña nos advierten que el cariño y la ternura son la mejor escuela de humanización.

El padre es amable con su hija porque el centro de sus cuidados es ella. Ser amable es poner a los demás en el centro de nuestra mirada sin que resulte una molestia y así ratificar que todo acto de amabilidad es una demostración de poderío –que redunda en beneficio para los demás y con uno mismo–. No poderío como dominación, sino como acción empática, solidaria y con una mirada atenta a la presencia del otro.

Estamos construyendo una sociedad poco grata, en donde el encuentro con otros se caracteriza por la indiferencia expresada con muecas de fastidio y amabilidad disimulada. Los encuentros se vuelven cada vez más fríos y secos. Frecuentemente las relaciones personales se ponderan a partir de un cálculo de suma-resta.

¿Qué querrá aquel que se acerca a mí? ¿Seguramente me pedirá algo prestado? Si atiendo a su petición, ¿qué ventajas tendré? Cada vez es más común ver al otro con sospecha, como amenaza y competencia. Razones nos sobran para este estado de las cosas, pero tendríamos que intentar abrirnos y ser amables con el otro.

Hace años, una persona se me acercó en la calle. Mi reacción inmediata fue a la defensiva. Sin la menor apertura y consideración a su llamado –me da pena decirlo– juzgué al sujeto por su apariencia. Me preguntó por una dirección o algo así, logré recomponerme y con una actitud amable le respondí.

A la distancia, ese evento me da risa, pero me alegra haber estado a la altura de aquello que la amabilidad nos exige en cada caso: valorar y ser empático con el otro. Empatía que, de lograse, es signo de fuerza y resolución. La amabilidad es ese intercambio –un saludo, una sonrisa, etc.– que comunica el deseo de que el otro sea feliz.

Cada vez aprecio más a las personas bien educadas, pero sobre todo a las personas amables. La persona bien educada cumple normas, pero la persona amable va más lejos: pretende ayudar, es solidaria y muestra empatía. La persona amable no busca obtener algún beneficio, únicamente quiere ayudar y con ello pone una pizca de calor humano. La persona amable da afecto.

Apostar por la amabilidad resulta útil para una convivencia más humana con los demás. La amabilidad siempre será preferible a la indiferencia ante el otro. Siempre podemos elegir. En lo personal, me inclinó por las palabras de Mahatma Gandhi al respecto: desde la amabilidad es posible cambiar el mundo. 

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