Este hombre me resulta incomprensible: implora para dejar de ser un Dios

Una historia de ciencia ficción

Este hombre me resulta incomprensible: implora para dejar de ser un Dios

Una historia de ciencia ficción
Este hombre me resulta incomprensible: implora para dejar de ser un Dios

El clima de la ciudad está muy cambiante: llueve, hace calor, incluso ha granizado después de un sol esplendoroso. Los robots que controlan el clima están fallando.

Por eso decidí ir a comprarme un impermeable rojo en un centro comercial de objetos antiguos. Los escaparates representan escenas con réplicas humanas y mobiliario de verdad.

En un escaparate está Marilyn Monroe de la mano del actor que ahora hace de Superman, la escena es sin duda hilarante.

Acomodo mi máscara para respirar. Entro al local larguísimo; es la prolongación del pasillo central, pero en un ángulo de 90 grados. Parece una galería. Yo digo: “¡Hola, busco un impermeable!”. Nadie escucha.

Cruzo una puerta de piel de cocodrilo. Se me acerca una mujer pequeñita de ojos brillantes y me susurra: “¿A qué época y a qué lugar quiere ir? Anótelo acá”, y me extiende un papel y una pluma. Yo escribo: “Estoy en medio de un bosque fantástico”.

Camino en el bosque. Quito la maleza que me golpea la cara. Diviso a lo lejos una casa con luces color miel. Me acerco y me asomo por una de sus ventanas. En el comedor, se encuentra una familia discutiendo y riendo. Siento dulzura en la boca. Toco a la puerta de la casa tres veces. Nadie responde.

Me asomo por la ventana y la escena familiar continúa. Toco en la ventana tres veces más.

El hombre mayor me ve y forma una cruz con su dedo índice y sus labios; después señala su reloj y continúa como si nada sucediera. Uno de los jóvenes voltea hacia mí, pero no me ve.

Espero al hombre en una piedra llena de musgo. Llega. Se sienta sobre la tierra; fuma y bebe mientras dice: “Te traje porque ya no quiero esta vida. En un principio quería una familia, por eso hice tan detallada la sala del siglo XX en el museo. Yo era antropólogo, pero repito el mismo ciclo, aunque el escenario cambie. Mi mujer ya no es aquella lindura que me conquistó cuando decidí encerrarme en esta fantasía neurótica; mis hijos son en cada nuevo comienzo más complicados. Extraño la soledad, la imposibilidad de tomar decisiones. Quiero dejar de tener alma, quiero ser lo que era antes”.

El hombre saca de su chaqueta un pequeño artefacto, le pone un código y me pregunta: “¿Qué te gusta más, la lluvia tupida, la nieve o la brisa marina?”.

El hombre oprime un par de botones y la nieve de mi respuesta lo cubre todo y el sol de mi imaginación sale amarillo del mar.

El hombre fuma, bebe y dice: “Controlo este universo que creé piedra por piedra, hoja por hoja. He inventado especies nuevas. Al principio era un pueblo, luego una ciudad, ahora un bosque; puedo hacer que se reúnan todos los seres reales e imaginarios, puedo viajar en el espacio y el tiempo, puedo convertirme en un sombrero, pero renuncio”.

Me resulta incomprensible este hombre: implora para dejar de ser un Dios.

Una mañana me levanto con una rama que sale de mi pezón. Soy un ahuehuete frondoso y fuerte; veo la vida moverse junto a mí. No puedo llorar, tampoco amar. Soy parte de un sistema y el pensamiento desborda mi cuerpo de árbol.

Después de mucho tiempo, el hombre me da el control de este universo; por eso hoy me dirijo al centro comercial de artículos de principios del Siglo XXI, porque quiero que llueva y necesito un impermeable rojo para sentarme a ver mi primer escenario.

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