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SU Sentido y función 

Debemos considerar que no estamos hablando de un objeto, sino de una práctica

SU Sentido y función 
Debemos considerar que no estamos hablando de un objeto, sino de una práctica

“Oye, ¿y para qué sirve el teatro?”, esta es una pregunta recurrente que teatreros y no teatreros les cuestionan a quienes se dedican a este arte. 

En realidad, se suele plantear de un modo más amplio, pues en la pregunta incluyen a todas las artes y, en ocasiones, meten hasta a las humanidades: ¿para qué sirve el arte o para qué sirven las humanidades? 

Por supuesto, cualquiera que se dedique a alguna profesión dentro de estas áreas brinca de incomodidad por sentirse cuestionado, a mí también me sucede. 

Sin embargo, descubro que precisamente es desde allí, desde ese lugar de incomodidad, que podemos aproximarnos a una respuesta y aquí les comparto una breve reflexión al respecto. 

Para comenzar, quiero establecer que si miráramos hacia la historia del teatro, la pregunta de la que parto nos llevaría a explorar una infinidad de tiempos y contextos, pues cada época ha dado razón de ser a la práctica escénica y, por lo tanto, cada una requeriría su propio espacio para ser explicada; es decir, el teatro ha servido para una infinidad de cosas de acuerdo con el contexto en el que se le ubique. 

A modo de resumen, por ejemplo, hubo algún tiempo en los que la representación de las tragedias era parte de un ritual religioso dedicado a Dionisio (dios del vino y el desenfreno para los griegos); otro donde sirvió como un instrumento de evangelización (cuando fue usado por los franciscanos para convertir a los pueblos originarios de América al cristianismo a través de los autos sacramentales o las pastorelas); o funcionó para educar al pueblo (así como sucede con prácticamente cualquier comedia que busca aleccionar sobre algún vicio de carácter). 

Entonces, así como cada expresión escénica tuvo su sentido —su para qué— en su contexto, ¿cuál es el sentido del teatro en el tiempo presente? 

Si ubicamos al teatro en el contexto de la productividad económica a la cual nos empuja el capitalismo, es decir, aquella en la que cualquier actividad a la que nos dediquemos debe estar enfocada en aumentar la generación de dinero hasta volvernos millonarios, la respuesta es que el teatro no sirve para eso. 

Aunque pensemos en actores como Robert Downey Jr. o cualquier otro actor o actriz de cine hollywoodense que se imaginen, no es el caso de la mayoría de los actores, directores, escritores, productores, etcétera, y menos si se dedican al teatro. 

Entonces, ¿para qué sí sirve? En este contexto, para eso mismo, para plantearnos preguntas, pues su sola existencia como actividad nos cuestiona e incomoda porque es evidencia de que hay otras realidades fuera de ésta; una que no se acopla a esa expectativa económica que impone nuestro contexto, ¿cómo es posible que haya actividades cuyo sentido no es lo económico? 

Quiero matizar aclarando que no pretendo romantizar la precarización del teatro, pues una cosa es el valor precarizado que el sistema que vivimos le da a las actividades humanísticas, y otra la dignidad de vida que debería brindarnos cualquiera que sea la actividad que hagamos. 

A manera de apresurada conclusión, agrego que no basta con sólo existir, ¡algo más ha de haber! Entonces, ¿para qué sirve el teatro? La respuesta que hasta el momento más satisfecho me ha dejado la explica Gustavo Geirola, en su brillante libro Teatralidad y experiencia política en América Latina, donde afirma que el teatro no es un objeto, sino una práctica, en alusión al sentido que le da Lacan a la praxis, como aquella acción que le da al humano la posibilidad de tratar lo real mediante lo simbólico. 

En este sentido, el teatro es una práctica de acciones que dan la posibilidad de abordar todo aquello real mediante lo simbólico. El teatro sirve en tanto todo aquello que nos dice sobre la realidad mediante un lenguaje simbólico. 

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