Limbo es la nueva obra con la que la compañía Teatro Isla de Próspero realizó un circuito de presentaciones en los planteles del CCH desde octubre y finalizó con una función especial en el Museo Memoria y Tolerancia en diciembre.
Teatro Isla de Próspero está conformado por profesores pertenecientes a los distintos planteles del Colegio y tienen en común un enorme gusto por el teatro y promover su práctica al interior de la institución.
Su nueva producción adapta textos publicados como Heaven and Hell (on Earth) A Divine Comedy, y los adecúa al concepto de “limbo”, el cual adquiere sentidos distintos en cada uno de sus monólogos y escenas breves.
En algunas escenas el “limbo” se refiere a esa monotonía de la vida cotidiana que aplasta los sueños individuales o a cierta comodidad que impide ver el lugar donde se encuentra el personaje; en otras, su sentido está en esa indeterminación de la moralidad que revela una doble cara.
Este es el caso del monólogo de Loa a Rosa, interpretado por la profesora Lidia Cárdenas, quien da clases en el plantel Vallejo desde hace 36 años, aunque es maestra de diferentes niveles educativos desde hace medio siglo.
Su participación en Teatro Isla de Próspero se debe a su interés en acercar obras pensadas específicamente en los jóvenes para contribuir en su formación como personas sensibles y críticas.
El personaje que interpreta la maestra Lidia Cárdenas es una monja que llega a un altar para dedicarle una oración a una gatita atropellada que encontró en la calle.
Desde el inicio, el personaje habla con Dios, de modo que a nosotros como público nos contextualiza sobre su intención de orar por la gata muerta, a la cual alaba por su preciosura, pues forma parte de la creación divina (aunque no tiene idea ni de cómo se llama, así que la nombra Rosa).
Poco necesita para dar pie a sus arrebatos en contra del culpable, al cual llama “insensible” y “estúpido” por ser capaz de atropellar a un animal tan precioso y, si fuera por la monja, éste debería ser enviado al infierno por su crimen.
Uso mínimo de recursos escenográficos
Inmediatamente, la monja se disculpa por atreverse a dictar un castigo, pues cae en cuenta de que tal decisión sólo la puede tomar el Señor.
Ella sigue alabando la belleza de Rosa –la gata muerta– que, según explica, era de raza maine coon, una de las más bellas y caras. Mientras resalta cada uno de los rasgos hermosos y distintivos del animal, se percata de que su nariz es particular.
Al momento de colocarse los lentes para observar con atención, se da cuenta de que siempre tuvo en sus brazos a un tlacuache atropellado.
Su grito de terror provoca que arroje el cuerpo del animal al piso y, al mismo tiempo, se disculpa con Dios por quitarle su tiempo por un tlacuache; ella va pateando el cadáver hasta sacarlo del altar.
El uso mínimo de recursos escenográficos (como una silla) permite concentrar la atención en otros elementos como el vestuario (un hábito de monja) y la utilería (un títere de tlacuache), así como la actuación.
La adaptación y representación de este monólogo de la maestra Lidia resulta oportuno, pues lleva la comedia a la exageración necesaria en la actuación para hacer de esta escena una farsa cómica.
Las líneas y acciones que agrega resaltan una evidencia de la contradicción moral de un personaje, para quien ciertos rasgos de raza (maine coon) merecerían el cielo, mientras que otros no lo ameritan –como los del tlacuache–.
Así, como rápidamente condenó al infierno al hombre “estúpido e “insensible” por su crimen, el tlacuache no mereció una oración igual que el gato, aunque forme parte de la creación divina.
De este modo, la monja habita un “limbo” moral, donde no es capaz de reconocer sus propias contradicciones.