Los unicornios existen y viven con nosotros, hay reportes de sus apariciones en casi todas las épocas, pero “dado lo peligroso de su magia”, la Unión Internacional de Criaturas Extraordinarias (IUEC, por sus siglas en inglés), ha decidido ocultar los casos y obligar a los “elegidos” por los unicornios a guardar silencio.
Estos exquisitos seres han cambiado su apariencia en el último siglo, para evadir a la IUEC, por eso pocos los percibimos. Cuando un unicornio elige a su pareja toma la forma que ella decida; tienen, como en la antigüedad, preferencia por las hembras humanas, aunque hay casos de unicornios enamorados de todo tipo de criaturas.
Es muy conocida la hipótesis de que estos animales extraordinarios abandonaron el arca de Noé, porque no había ninguna doncella entre las hijas, y su extrema atracción por la carne incorrupta les impidió soportar la promiscuidad y la inmundicia. Lo suyo era la belleza, la claridad, verse en los arcoíris reflejados.
¿Esto sucedió porque Julio Torri leyó los archivos corruptos por la IUEC cuando escribió su famoso texto Los unicornios? Lo cierto es que esa información se ha transmitido de una generación a otra confundiendo a las personas.
En una de las incursiones más arriesgadas de los últimos años, la IUEC puso al descubierto varias historias de amor protagonizadas por unicornios y humanos, principalmente. La información fue requisada, pero a mí me llegó por correo certificado la copia de algunos archivos.
Al parecer mi unicornio tomó a lo largo de la vida varias formas; no sólo una, como anunciaban los reportes que leí. Había estado siempre a mi lado y moría cíclicamente, primero fue una mantis religiosa albina que guardé en un frasco con agujeros en la tapa, que hice con un clavo y una piedra. Pasé horas imitando sus movimientos: terminamos ella y yo bajo el techo agujereado, viendo todo muy grande.
El animal me acompañaba siempre. Una tarde sentada en mi hombro, con su diminuta cara apoyada en mi oído, ya no despertó. La enterré en una maceta con pedacitos de madera y creció allí una orquídea, que coronó mi ventanal por varios años, su olor me provocaba alucinaciones y, en más de una ocasión, los que me visitaban, huyeron aludiendo un dolor intenso en la boca del estómago.
Una mañana de agosto desperté y mi amada orquídea tenía miles de pequeños animales comiéndose sus flores, sus hojas, sus raíces.
Colgué una semilla, que brotó de mi axila, en un árbol, y apareció un capullo; del vientre afelpado nació una coneja rosa, sin pelo, de ojos negros inquisitivos, con una elegancia de cisne. Sentí su alma golpear como un huracán la mía.
Ella me acariciaba siempre los talones y anhelaba con los ojos bien abiertos mi amor. Era discreta, tenía una presencia contundente y abollonada. Al morir, su cuerpo fue un sol detrás del sol.
Mi unicornio vivió poco, porque no soportó la corrupción de mi alma. Estoy sola y vacía, también desesperada. No sé cómo vivir sin mi unicornio, por eso estoy confesándolo todo.
Torri, J. (2011). Los unicornios. En Julio Torri, Obra completa. FCE.