La Filosofía como disciplina académica tiene una tradición textual. Gracias a la escritura podemos revisar las ideas filosóficas a través de la historia. Pero no todo el quehacer filosófico ha quedado registrado directamente por sus autores.
Tal es el caso de Sócrates. Cuando hablamos de una filosofía viva, el padre de la mayéutica es nuestro punto de partida. Es de los filósofos más conocidos, sobre todo por su célebre frase “sólo sé que no sé nada”, y no obstante tampoco escribió nada. ¿Por qué Sócrates se resistió a dejar algo escrito?
Platón nos lo presenta siempre en una práctica dialógica, el encuentro de dos o más personas, que piensan juntas y no media la escritura. El texto, en cambio, requiere tiempo para pensar y elegir con cuidado lo que se quiere dejar en la memoria que brinda la escritura. Es una actividad en solitario y en silencio. Queda para la posteridad, trasciende.
A condición de no intercambiar ideas o reflexiones con el autor, quien ya lo ha dicho todo en su texto, nos hace pensar, claro, pero desde la palabra de quien ha escrito. A diferencia de la experiencia dialógica del encuentro filosófico oral, que es espontáneo, dinámico, fluido y donde ambos interlocutores deben escucharse y ser escuchados.
Y, sin embargo, va más allá de una charla, de una conversación de un encuentro espontáneo, hay una guía, un rumbo, aunque no se atisbe al embarcarse en el diálogo.
¿Cuál es la diferencia entre la fuente textual de la Filosofía y la fuente viva de la palabra que filosofa? La pregunta. Aunque un texto pueda preguntar, la respuesta no tiene resonancia. En cambio, la Filosofía se hace viva al preguntar, porque interpela al otro no sólo a responder, sino a pensar, pero es un pensar en conjunto, que requiere ser recibido e interpretado y espera también la escucha.
El tiempo fluye, no se puede postergar ni la respuesta ni la pregunta y en ese intercambio, quienes piensan juntos, cambian. Así, lo que aviva a la Filosofía es la pregunta como una llave que nos abre al pensar colectivo.
Una forma de practicar la Filosofía es usar el método socrático de la mayéutica: es decir propiciar el pensar a través de la pregunta. Pero, no se trata de cualquier pregunta, no se trata sólo de preguntar para hacer conversación. Aquí es donde interviene el arte de la pregunta. Es decir, no es como preguntar la hora o el estado del tiempo. No es un preguntar por cómo estás o si dormiste bien.
La pregunta propiciatoria para pensar debe cimbrar nuestra existencia, alterar nuestro estado de confort, desestabilizar nuestras creencias, hacernos tocar fondo o vislumbrar las alturas. Ha de provocar el pensar desde lo auténtico. Pero eso, no es algo premeditado o que funcione igual en todo momento o para todo auditorio, por eso es un arte, porque ha de darse en situación, porque va dirigida como un dardo, en el corazón de la existencia, en la necesidad imperiosa de transformar lo dado.
Si la mayéutica es terapéutica es porque preguntar implica poner atención en lo que no se sabe y se hace necesario conocer, porque es atender el pensar y llegar al interior de aquello que nos ha inquietado, para encontrar con la respuesta, la cura a la ignorancia.