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Hace cien años el Consejo de Educación, máximo cuerpo colegiado del Departamento  Universitario y de Bellas Artes, aprobó el cambio de Escudo de la Universidad en su sesión del 27 de abril de 1921, a propuesta del Rector José Vasconcelos, en los siguientes términos: Considerando que a la Universidad Nacional corresponde definir los caracteres de la cultura mexicana, y teniendo en cuenta que en los tiempos presentes se opera un proceso que tiende a modificar el sistema de organización de los pueblos, sustituyendo las antiguas nacionalidades, que son hijas de la guerra y la política, con las federaciones constituidas a base de sangre e idioma comunes, lo cual va de acuerdo con las necesidades del espíritu, cuyo predominio es cada día mayor en la vida humana, y a fin de que los mexicanos tengan presente la necesidad de fundir su propia patria con la gran patria Hispano-Americana que representará una nueva expresión de los destinos humanos; se resuelve que el Escudo de la Universidad Nacional consistirá en un mapa de la América Latina con la leyenda “POR MI RAZA HABLARÁ EL ESPÍRITU”; se significa en este lema la convicción de que la raza nuestra elaborará una cultura de tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima. Sostendrán el escudo un águila y un cóndor apoyado todo en una alegoría de los volcanes y el nopal azteca.

Muchas cosas han cambiado en los últimos cien años. El concepto de raza ha sido cuestionado; la mención al espíritu ha despertado polémica por los derroteros que siguió la biografía personal e intelectual del Rector Vasconcelos en años posteriores. Lo cierto es que el mensaje central del lema, la afirmación de que por la nación mexicana y por la patria grande latinoamericana hablará el espíritu, entendido como las capacidades inagotables y el potencial creador de la mente humana, sigue siendo vigente. Y en los últimos cien años las alas del águila mexicana y del cóndor sudamericano han arropado al escudo que es señal de identidad y vocación latinoamericanista para los universitarios.

El escudo y el lema de la Universidad nos remiten necesariamente al prolífico aunque breve rectorado de José Vasconcelos. Si bien es cierto que desde su reapertura en 1910 Justo Sierra había señalado que la Universidad no sería una torre de marfil, sino que estaría siempre atenta al devenir histórico y comprometida con la solución de los problemas nacionales, el rectorado de Vasconcelos fue un período en el que la Universidad Nacional definió claramente su vocación de servicio a la sociedad mexicana. Al tomar posesión de la Rectoría, Vasconcelos declaró enfáticamente que no llegaba a trabajar por la Universidad, sino a pedirle a la Universidad que trabajara por el pueblo. Si en 1910 la Universidad se refundó a partir de una iniciativa de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, en ese momento presidida por Justo Sierra, en 1921 la Secretaría de Educación Pública se crea a partir de un ambicioso proyecto de reforma educativa, sin precedente en la historia nacional, gestado en la Universidad Nacional, promovido por el Rector Vasconcelos y avalado por el presidente Álvaro Obregón. Las grandes campañas de alfabetización, el programa editorial de la Secretaría de Educación y la construcción de escuelas de educación primaria por todo el país fueron de la mano de un gran movimiento de reafirmación nacionalista en la cultura y en las artes, que tuvo su origen también en la Universidad Nacional. Se trató de un período de construcción institucional que sentó las bases del México moderno.

Desde entonces, los universitarios siempre hemos estado presentes de manera activa en la historia del país. No hay ningún área de las ciencias, las humanidades y las artes en la que no hayan desempeñado un papel protagónico los universitarios. Más aún: en la Universidad se inició la docencia, la investigación y la difusión de las distintas ramas del conocimiento y de nuestras aulas surgieron los fundadores de otras escuelas profesionales y centros de investigación, públicos y privados, en México y en el extranjero. A lo largo de los cien años que ha cobijado el escudo que nos sigue identificando como institución, la Universidad creció y se multiplicó en muchas otras casas de estudio e instituciones de investigación. Y su contribución a la preservación y difusión de la cultura nacional ha sido una aportación constante e invaluable a la riqueza cultural de la nación mexicana.

Ocho años después de la aprobación del escudo y lema de la Universidad y casi diecinueve años después de su restablecimiento, la Universidad Nacional alcanzó su autonomía. Si bien la Ley Orgánica de 1929 concedió una autonomía limitada, no exenta de tensiones con el Estado, dio inicio a un período de maduración institucional. La pretensión por parte de algunos sectores auspiciados por el gobierno en turno de imponer la educación socialista en 1933, llevó a un período de desencuentros con el Estado, que tuvo su expresión más acabada en la Ley Orgánica de ese año, que prácticamente prefiguraba el abandono paulatino del apoyo gubernamental a la educación superior. Afortunadamente, la Universidad supo defender su autonomía y las libertades de cátedra e investigación y logró un nuevo entendimiento con el poder público durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. La creación del servicio social por parte del rector Gustavo Baz refrendó el indeclinable compromiso de los universitarios con la sociedad mexicana durante este período.

La autonomía plena, alcanzada en 1933, refrendada en la Ley Orgánica de 1945 y elevada a nivel constitucional en 1980, ha permitido a la Universidad desarrollar sus funciones principales: la docencia, la investigación y la difusión de la cultura, en medio de un clima de libertad académica y de pluralidad ideológica. Conlleva también la gran responsabilidad de revisar periódicamente el quehacer de la institución y actualizar continuamente el funcionamiento de la Universidad a través de sus órganos colegiados de gobierno, para estar a la altura de la confianza y las expectativas que la nación ha depositado en nosotros.

A lo largo de cien años, la Universidad ha logrado crecer en oferta académica y cultural y formar a millones de mexicanos. Sus investigaciones contribuyen lo mismo al conocimiento universal que al análisis y solución de los problemas nacionales. Nuestra oferta cultural está abierta a toda la población sin distinción alguna. Somos el principal sello editorial de habla hispana. Hemos tenido crisis a lo largo de estos cien años, pero desde 1945 hemos encontrado un marco institucional que nos permite procesar las reformas que la Universidad requiere para seguir sirviendo al pueblo de México, atendiendo a la vez a los genuinos intereses y opiniones de los universitarios. Se trata de cien años en los que la Universidad ha acompañado al desarrollo del país, ejerciendo muchas veces su función de conciencia crítica de la nación mexicana, tan necesaria para la formación de ciudadanos responsables y para la consolidación de nuestras instituciones democráticas. No ha sido un camino fácil, a lo largo del mismo muchas veces hemos encontrado obstáculos, pero al final siempre hemos refrendado el compromiso histórico al que nos convocó hace cien años el Rector José Vasconcelos y hemos honrado su lema, que sigue vigente en su esencia:

Por mi raza hablará el espíritu.

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