A pesar de las múltiples reformas y avances en cuanto a igualdad de género, la desigualdad sigue presente en diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Si nos enfocamos en el área laboral, pareciera que la situación ha mejorado, no obstante, si observamos más allá y dirigimos nuestra mirada a los cargos directivos, la presencia de las mujeres sigue siendo escasa.
¿Pero qué implica que exista esta brecha de género? Está claro que hombres y mujeres poseemos las mismas capacidades de desempeño y liderazgo; sin embargo, existen motivos que entorpecen la llegada de las mujeres a estos puestos directivos o de mando entre los que podemos encontrar:
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El techo de cristal y las reglas que dificultan o detienen el ascenso de las mujeres a los puestos más altos, ya sea por la estructura jerárquica masculina que posee la organización. La designación de los puestos por elección o “amiguismos”, dejando de lado el mérito o por los estereotipos que sesgan sus elecciones y participación en decisiones importantes, además de que la vida familiar parece entorpecer su crecimiento.
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Los estereotipos de género que imponen limitaciones para el liderazgo femenino al suponer que por nuestro género somos débiles o menos aptas para cargar con las responsabilidades que implica un puesto de poder.
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La autoexclusión, a partir de nuestros estilos de crianza, en donde se nos infunden ideas de que nuestras aspiraciones de vida y profesionales deben ser diferentes o menores que las de los hombres.
Pero toda esta situación que pudiera parecer que es lejana a nuestra vida está presente en nuestra universidad, pues, a pesar de que se ha incrementado la presencia de las mujeres en dependencias de la UNAM, no existe ninguna mujer haya llegado a la dirección de rectoría. Tan sólo en el caso de nuestro plantel, únicamente dos mujeres han logrado ocupar este puesto.
Por ello, es importante que replantemos nuestras metas, reconozcamos nuestras fortalezas de liderazgo, trabajo en equipo, buena comunicación y enfoque.