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El lector desolado

Cuando comencé a preguntarme y a reflexionar sobre cómo ha sido la lectura a lo largo de mi vida, recibí varios golpes a mi ego. Mis ánimos se mermaron por las respuestas que salían de mi cabeza. Desgraciadamente, noté diversas decadencias en mi lectura y mi escritura.

Me pregunté en ese momento ¿debo seguir cuestionándome estas cosas? Y efectivamente opté por proseguir, era necesario, no podía andar por el mundo creyéndome y pintándome como un lector nato, tenía que afrontar mi realidad y darle una respuesta a esas preguntas, y hubo una que me hice que detonó un sentimiento de tristeza en mi corazón: ¿qué libros he leído a lo largo de mi vida?

Justo ahí se desató una tormenta contra mi pequeña barca de ilusiones y nombré cada libro leído: Aura, México Bárbaro, Magallanes, La fuerza de la sangre, Crónica de una muerte anunciada, La ley de la calle y El lector. Lo primero que pensé fue que era una cantidad deplorable, sólo podía pensar en que era un asco como lector. ¿Por qué no ocupé estos 17 años de mi vida leyendo?

Quise rescatar al menos dos de estos libros, saber si realmente les había sacado la esencia a sus páginas, pero nada, me di cuenta de que solo los había leído mecánicamente. Una parte de mi vida perdió sentido cuando logré asimilar eso; sentí mi tiempo desperdiciado, noté que la vida se va como agua entre las manos, realmente es como una broma macabra. Me sentí un lector desolado que desperdició su tiempo en no leer.

Ya no quería seguir cuestionándome, pero tenía que poner los pies en el suelo y me hice la pregunta: ¿cómo soy cuando escribo? Cuando escribo me atrae y me enamora el arte de la poesía, siempre trato de escribir algo romántico que logre cautivar a quien lea mis líneas, pero nunca lo logro. Llegué a la conclusión de que el arte no es un hobbie, es trabajo y estrés, horas de esfuerzo, y ni con todo esto basta, pues jamás logro escribir algo que termine al menos gustándome a mí.

La razón es obvia, es solo debido a que no leo mucha poesía, ni soy un devorador de libros, por ello mi vocabulario es escaso. Por eso no logro mi objetivo de usar figuras retóricas y palabras complicadas, de tener una compleja sencillez en mis textos.

Pero todas estas decadencias en mi lectura y escritura tienen una razón, o al menos eso es lo que yo noto al analizar distintas etapas de mi vida. Tengo la teoría de que mi gran hastío por leer de más joven radica en mi infancia, sí, cuando por mi mente no pasaba ni la más remota idea de tomar un libro.                                                               

Traté de recordar si alguien trató de inducirme al mundo de la lectura en mi infancia, y la realidad es que no; supongo que mi familia no lo consideraba muy importante. No recuerdo que mi madre me leyera, que me mostrara ese mundo mágico para estimular mi imaginación, solo recuerdo el viejo y aburrido seguimiento de lectura de la escuela, y respecto a eso considero que es un error garrafal tratar de que a un niño le agrade la lectura de ese modo.

Concuerdo con lo que dice Paulo Freire en “La importancia del acto de leer”:

Creo que mucha de nuestra insistencia en cuanto a profesores y profesoras en que los estudiantes lean en un semestre un sinnúmero de capítulos de libro, reside en la comprensión errónea que a veces tenemos del acto de leer […] La insistencia en la cantidad de lecturas sin el adentramiento debido a los textos a ser comprendidos, y no mecánicamente memorizados, revela una visión mágica de la palabra escrita (2008, p. 102).

Estas pequeñas pero duras reflexiones me motivaron mucho a leer, a ver la lectura como algo mágico, a llevar a cabo el acto de leer por gusto para sacar la esencia de los textos. Ahora después de haber pensado en estas cosas, a pesar de los golpes, me siento más tranquilo, descubrí que me estoy enamorando de la lectura: quiero volverme un lector y escritor mejor, y mi proceso comienza ahora. Como dijo Víctor Hugo: “Atreveos, el progreso solamente se logra así”.

 

Referencias

Freire, P. (2008). La importancia del acto de leer. En La importancia de leer y el proceso de liberación (pp. 94-107). Siglo XXI Editores.

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