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El Chéjov de los suburbios

En muchas de sus historias domina una visión sombría

El Chéjov de los suburbios
En muchas de sus historias domina una visión sombría

Cuando me desperté hoy, mi mujer me había dejado el desayuno preparado, mi hija escribió una pequeña nota que guardé en mi pantalón sin leerla; Adrián había roto un plato que le regalé de niño.

Yo estoy lleno de ganas de nadar y he decidido hacerlo en cualquier lugar con agua. Veo una ardilla pelirroja. La sigo bajo la hierba, después bajo la tierra; ahora la sigo bajo el agua.

Descubro que hay ríos subterráneos debajo de mi casa. Entro por uno de ellos. El agua me llega a las rodillas y poco a poco me cubre casi por completo.

Hay apenas un pedazo de aire en el techo del agujero. La oscuridad y la luz azul del reloj pulsera me penetran. He nadado todo el día. El tiempo es el movimiento sobre mi piel.

“Seguramente me estarán buscando”, pienso con el cuerpo lleno de frío, con un líquido que comienza a volverse más negro. Constantemente se me meten pequeños animales en la boca y el espacio de aire es cada vez más pequeño.

Me cuelgo como una lagartija del techo del agujero alargado, juego con las corrientes de agua. La temperatura cambia como si estuviera en un laboratorio de pruebas. Ahora el calor; después el frío.

Pasan a mi alrededor peces más negros que el agua, sus texturas van de lo gelatinoso a lo rasposo. Sangro. Los animales me rodean y se adhieren a mis heridas.

La luz comienza a entrar en el agujero, escucho unas voces que dicen mi nombre: “Ernesto, Ernesto”. Tomo aire caliente del techo y me dirijo a gran velocidad hacia la salida. Unas manos me cargan. Oigo gritos, aullidos, quejidos y cacaraqueos. Hay también fuegos artificiales.

Hay silencio, nada se mueve.

Afuera está la noche. Corro enloquecido entre los matorrales. Llueve. El viento grita y golpea. Cae mucha agua sobre mi tierra.

¿En qué momento comenzó esto?, ¿por qué mi deseo infinito de agua gobierna también las reglas del mundo?

Nado por encima de las casas ya inundadas. Salto con los delfines y las sirenas.

Desde hace mucho tiempo no vuelvo a pasar por mi casa, ya está llena de animales, la ardilla pelirroja está en el centro dando órdenes. Me ve y dice algo, unas burbujas salen de su boca. Salta con agilidad fuera del agua, yo decido seguirla.

Desde que todo cambió, sólo he visto la luz que me sacó del agujero, lo rojo de la ardilla y sombras. Yo ya soy oscuro como los peces. La ardilla nada arrastrándome durante horas y se detiene frente a un espejo, adentro hay un pasillo largo y vacío.

“Esta es tu alma”, dice el animal. “Te llené de la mía durante unos meses, porque quería saber cuál era la textura, el sabor y el color de la nada. Ya lo sé y no me interesa”.

La ardilla rompe el espejo y me deja aquí sentado en un pasillo infinito. Recuerdo la nota de mi hija que sigue en el pantalón, la desdoblo y leo: “La ardilla pelirroja es mi idea, encerrarte en un pasillo fue la propuesta de mi hermano, mi madre sonrió cuando escuchó el plan”.

Referencia

Cheever, J. (1964). El nadador. Ciudad Seva. https://ciudadseva.com/texto/el-nadador/

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