De nuevo estoy sentado frente al piano,
creando melodías y letras,
una vez más, bajo el alba,
intento dibujar tu silueta en un poema.
Desearía que sintieras mi pensar,
así sabrías que
lo que oyes cuando me abrazas
no son latidos, sino anhelos atados a un ojalá.
Tengo miedo a que seas un sueño
o una ilusión.
Tengo miedo de que cuanto ponga punto final a esto,
desaparezcas sin razón.
Princesa, mi alma me habla,
tiene miedo a, de ti, alejarse,
la tranquilicé diciendo que,
en el vuelo, nunca voy a soltarte.
Princesa Diamante, contigo puedo estar
sólo en mi imaginación.
Te entrego mi alma mientras bajo las estrellas bailas
te nombro cónsul de mi inspiración.
Princesa Diamante, tu cabello son las cuerdas de un viejo piano,
tus lágrimas son cristal.
Dime, ¿cómo no amar al arte?,
arte que en tu ser está.
He intentado comprender
el por qué cuando tomas mi mano, un astronauta debo ser.
He intentado entender
el por qué, cuando te pienso, mi mente parece encender.
Me provocas un tsunami de escritos sin letras,
un viento agresivo de perenne elocuencia.
Ven y abrázame.
A mi cuerpo de arena le hacen bien tus abrazos.
Con cada uno de ellos
se moldea perfectamente a tus brazos.
Estoy próximo a terminar mi escribir
y pienso que expresar aún no he podido
aquel sentimiento excluido,
el cual ahora quiero abolir.
Princesa, quiero decirte que
me encuentro limerente ante tu bonhomía
y que si un día te alejas,
en mi instrumento resonará una meliflua melancolía.
Una vez más estoy frente al piano,
intentando todo lo que no puedo decirte, escribir.
Podría resumirlo a 7 palabras como:
Eres mi deseo antes de dormir.
Diamante, ten por seguro que,
si después de tantas letras, 5 más me dieran,
te escribiría «Te amo»,
al final de este poema.