Desarrollo teatral

Desarrollo teatral

“Renuncian” a su personalidad para adquirir la que la máscara refleja

Desarrollo teatral
“Renuncian” a su personalidad para adquirir la que la máscara refleja

Uno de los componentes más elementales del desarrollo teatral es la figura del personaje. Éste posee un valor técnico tanto en la obra escrita como en el montaje, y su importancia dentro del acontecimiento escénico es tal, que la primera conexión que ocurre en los espectadores es precisamente con los personajes de la obra.

La palabra personaje tiene sus orígenes en el griego πρόσωπον (prósopon) que significa “delante de la cara”, es decir, máscara, pues hace referencia a las usadas en el teatro de la antigua Grecia. De esta misma raíz se derivan otras palabras: prosopopeya, persona, personalidad. Los actores saben que un ejercicio muy interesante y enriquecedor es el de ponerse una máscara para ejecutar a un personaje, pues de este modo “renuncian” a su propia personalidad para adquirir la que la máscara refleja, ya sea alegría, tristeza, juventud, vejez...

Este ejercicio evoca de forma simbólica el carácter intrínseco de la actuación misma: uno no es el personaje, pero, para jugarlo, tiene que renunciar a la idea que se tiene de sí mismo y perderse en el otro. Dicho paso es el que grandes actores han identificado cuando hablan de reconocer las similitudes que ellos, como seres humanos, tienen con los personajes que están a punto de interpretar, aun cuando no estén de acuerdo con el proceder de estos. Es el famoso “trabajo del actor”.

Curiosamente, este proceder en la actuación, que muchos han identificado con un estilo de índole interna, se sustenta en captar y emular la esencia, mas no la forma. Como si el personaje, dentro de su abundancia particular, poseyera unas líneas finas, reconocibles y que conforman su estructura general, tanto que pueden estar en la literatura o en cualquier persona viva.

Esta premisa es la que permite afirmar que si bien no todos hemos tenido la dicha de ser príncipes de Dinamarca, por ejemplo, sí hemos tenido la disyuntiva entre hacer lo que intuimos que debemos hacer y obedecer fielmente lo que nos dicen nuestros padres, como en Hamlet. Y es curioso el proceder porque, pese a que la palabra máscara tenga connotaciones de superficie, falsedad o careta, en una obra dramática, al hablar de personaje, se apela a esta estructura general.

En inglés, por ejemplo, para referirse al personaje, se utiliza la palabra character, y esta, a su vez, se vincula con el ethos, mencionado por Aristóteles, el cual tiene que ver con la conducta, la forma de comportarse. Él indica que el carácter es revelado cuando un personaje se ve orillado a decidir y esto pone de manifiesto otro matiz: un personaje posee una voluntad, o sea, quiere algo. Porque en el instante cuando las cosas están en juego —la incomodidad— los personajes desean salir de ahí, en principio. Luego, hay obras dramáticas donde pareciera que la voluntad de los personajes es una, pero de fondo es otra y la complicación de las cosas las revela.

Por ejemplo, Antígona, quien actualmente es leída como una heroína social que lucha contra el poder de Creonte, manifiesta querer enterrar el cadáver de su hermano, pero, si uno presta atención a la obra de Sófocles, si observa su hermosísima estructura y la revelación del carácter de su protagonista, se percatará de que esta muchacha, afectada, alterada y con la familia destruida, posee otro deseo inconfesable.

La acción es el resultado de la decisión del personaje, y el entramado de decisiones que toma ante sus problemáticas es el que nos señala cómo es su forma esencial de pensar y, en consecuencia, de ser. Es ahí donde ponen su mirada los actores, donde encuentran lo sustancial para la construcción de su interpretación.

Por tanto,  podemos indicar un tercer aspecto, quizá obvio pero necesario: el  personaje es el que realiza la acción. Por supuesto, habrá personajes con acciones menores, que no son el centro; las acciones principales, las que son el eje de la estructura, son efectuadas por los protagonistas.

Todos estos factores se unen en un instante, ficticio, que capturamos con la mayor de las verdades gracias a que nos reconocemos en lo que vemos, pues, aun cuando un personaje no tuviera el cuerpo otorgado por los actores, lo percibimos por medio de mente y alma. 

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