Con los nervios de un principiante, tratando de reconocer el espacio de trabajo, regresé al Colegio para mis primeras clases en modalidad híbrida, una experiencia que despertó emociones encontradas, pero, sobre todo, me dejó claro que hay mucho que aprender, experimentar y afinar para ser eficaces.
En línea, acordé con los alumnos de los grupos 601 y 603 que la asistencia sería voluntaria, y quienes no se presentaran podrían tomar la clase desde el salón, vía Zoom; tal la experiencia fue aleccionadora, pues hay mucho que mejorar en cuanto a estrategias dentro del aula para transmitir en tiempo real e integrar al grupo en el trabajo.
Mi atención se dividió entre los alumnos presentes y quienes estaban en línea y mi reto fue buscar soluciones. Tuve, por ejemplo, que encontrar el mejor ángulo para que los compañeros en el salón vieran la pantalla y el pizarrón y quienes trabajaron en línea pudieran ver a sus compañeros. Viendo hacia la pantalla y a los alumnos en el salón y, al usar el pizarrón, levantaba la laptop para que desde su casa vieran lo que escribía.
Una estrategia que funcionó fue cuando revisamos un texto de Kant que habíamos comenzado la semana anterior. Los alumnos en línea leían y los compañeros en el salón comentaban. De esa forma intenté integrarlos y que ambos grupos participaran.
Los chicos, por su parte, se dijeron contentos por el esfuerzo, la dinámica y sobre todo por sentirse menos solos del otro lado de la pantalla. “La clase es muy diferente cuando el maestro la imparte, se ve que es muy dinámica su clase, algo que en línea es muy diferente (…) la verdad, en el instante que vi el salón desde mi computadora tuve ganas de volver a las clases, fue un sentimiento muy raro”, señaló Santiago León, quien estuvo en línea.
Mientras que los que estuvieron en presencial, como Valeria Borjón, coincidieron en lo maravilloso que es volver a las clases en el salón.
