Los grandes personajes literarios del país charrúa son de inicios del siglo XX

Buenos Aires es protagonista en las historias

Los grandes personajes literarios del país charrúa son de inicios del siglo XX

Buenos Aires es protagonista en las historias
Los grandes personajes literarios del país charrúa son de inicios del siglo XX

Llegué a Montevideo una madrugada después de varios días de tormenta, los árboles y las ramas cubrían las avenidas y la atmósfera densa y gris plata era asfixiante. Las calles estaban habitadas por coches viejos, vagabundos y drogadictos; también había algunos hombres y mujeres envueltos en un halo de tristeza infinita, quizá fueron hermosos, pensé.

Tuve la sensación de que todo era una repetición en un espacio donde el tiempo estaba detenido. Montevideo se parece a la película La zona, de Tarkovski, la impresión es la de llegar a un lugar de psíquicos olvidados, que han transformado su arte en un show callejero. Qué bien describió Juan Carlos Onetti el alma uruguaya: teatral y decadente. La gente se escapa del paisito como las ratas de un barco a punto de hundirse. Luego, en otro lugar, muchos viven una vida más vida, no lo sé. Montevideo es una ciudad hermana de Lisboa y La Habana. Seguramente de muchas más que son el mapa de una saudade colectiva.

Me traía al “paisito” mi pasión por Felisberto Hernández. Quién hubiera dicho que me encontraría en el archivo de la Biblioteca Nacional con el diario perdido titulado Mi viaje a Chile, escrito en 1917 por el joven Hernández, que a los 14 años decide ser escritor, pero no lo sabe, o lo niega o se decanta por la música. Pero ya a esa edad tenía clara su vocación artística. Julio Cortázar siguió sus pasos como un gran admirador; incluso anuncia que los viajes de Hernández dejaron huellas imborrables a su paso como pianista, pero sobre todo en él como escritor de lo fantástico y autobiográfico.

La obsesión se apoderó de mí y estuve transcribiendo durante semanas el diario y el manuscrito de Tierras de la memoria de Felisberto Hernández. Un día me di cuenta de que me había convertido en uno de esos personajes monomaniacos de Herman Melville, el famoso escritor de Moby Dick.

Basta, dije.

Y crucé la avenida para recorrer las librerías que están frente a la Biblioteca montevideana. Pero los autores eran los mismos que yo conocía por las antologías de Ángel Rama, un famoso crítico uruguayo muerto de forma trágica. La literatura en Uruguay vive atrapada en las antiguas glorias: Onetti, Somers, Hernández, Levrero, en la narrativa; además de Herrera y Reissig, Agustini, Vilariño y Vitale en la poesía.

Entonces me dispuse a leer Irrupciones de Mario Levrero, porque la Trilogía involuntaria me había regalado momentos apocalípticos. Igual que un paria, Levrero se bañaba poco, además permanecía días enteros guardado en su habitación. Los textos de Irrupciones hablan de la invasión de los otros en la tranquilidad de su casa; en el transporte público y en la necesaria pausa en un parque para descansar.

Como en gran parte de los escritos de los uruguayos, Buenos Aires también es protagonista, recordemos que Levrero estuvo trabajando allí para una revista en la que hacía crucigramas. Irrupciones contiene textos numerados del 1 al 126, aparecidos en la revista Posdata, y aunque tal vez Levrero no quería hacer cuentos, construyó pequeñas piezas que pueden leerse de forma independiente o como partes de una totalidad.

Irrupciones es un monumento a lo fragmentario o tachado; es una inquietante estructura abstracta que, sin embargo, no puede escapar de lo narrativo. Leer a Levrero en el bochorno del verano en Montevideo es entender su odio al calor, y comprender la necesidad de la magia para una agudeza como la suya en una ciudad que ofrece sólo el mar revuelto, el mar plateado y extraño. “El agua del Plata” me inquieta, en ella habitan serpientes antiguas, animales desconocidos, lo sé.

En Montevideo sólo queda hacer un doloroso viaje al interior de uno mismo y ocupar el tiempo libre en proyectar otras ciudades dentro de ella, que parece desmoronarse por los vientos del sur. En Irrupciones, Levrero explora la imposibilidad de la escritura como en La novela luminosa, en ocasiones une en un mismo texto dos o tres pedazos que en apariencia no tienen nada que ver. Lo “impredecible” es la materia principal de creación en Irrupciones, pero son la soledad y la memoria las piedras de toque.

Ayer soñé que caminaba por el centro de la Ciudad de México con Mario Levrero y Felisberto Hernández, cada uno tomaba una de mis manos, la derecha y la izquierda respectivamente; el primero me decía que el tráfico lo volvía loco, el segundo aseguraba que le hubiera gustado vivir en el valle de los palacios y las pirámides.

Cuando desperté para cerrar la ventana por el fresco de la madrugada, el cielo de Montevideo era completamente rojo y un vagabundo me saludó mientras paseaba con su perro negro por la rambla. Era Mario, lo sé. Su novia y perra se llamaba Oliva, como la chica de Popeye. Me lo dijo una mañana que me lo encontré de frente.

Levrero, M. (2013). Irrupciones. Criatura editora.

Levrero, M. (2022). Trilogia involuntaria. Penguin Random House.

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