Nuestra vida cotidiana está basada en la conexión. Desde que nos despertamos hasta la hora de ir a dormir, estamos al pendiente de nuestros equipos digitales que nos conectan al mundo.
Demandamos que el tiempo de respuesta sea mínimo. Nos inquieta que un mensaje visto quede sin respuesta. Para obtener información a cualquier pregunta basta con ir a nuestro buscador favorito.
Como nunca en la historia de la humanidad, la información es abundante, accesible y disponible de manera inmediata.
Ante tantas opciones, saltamos de un sitio a otro, ya sea de la red social a los mensajeros, a los canales de videos o musicales, a nuestras tareas y a las múltiples ofertas comunicativas.
Estamos en la era de la superproductividad.
Byung-Chul Han, filósofo coreano, nos menciona a lo largo de sus obras cómo el ideal de la vida se ha convertido en una vida exitosa a partir del máximo aprovechamiento de las oportunidades.
Este ritmo vertiginoso equivale a pensar que el trabajo es tiempo y el tiempo productividad. Por ello, es condenable procastinar o perder el tiempo.
Se afianza la creencia de que el consumo significa abundancia, pero nos dice Han (2020) que la vida plena no se puede explicar en función de la cantidad. Así, en miras de la producción, todo se acelera.
Queremos abarcar todos los espacios de la red digital en nuestra cotidianidad y eso genera dispersión, estar en todos lados, pero no permanecer en ninguno.
La vida está llena de distracciones.
Ya no se espera la duración, sino la fugacidad y lo efímero. Uno mismo se convierte en algo pasajero. Por eso la creciente discontinuidad, atomización del tiempo, nos hace vivir fragmentados, ya que ese ritmo destruye la experiencia de la continuidad (Han 2024).
En este acontecer de lo inmediato todo es cambio e intercambio, consumimos cosas que generan emociones, pero éstas también son efímeras (Han, 2020).
Consumimos series, videocápsulas, publicaciones, dispersiones mediáticas, vías de distracción que también nos colocan fuera de un centro, de un hacer en el que no hay reposo.
Aristóteles remite el filosofar como un lugar para y desde el ocio. El tedio es la cima del relajamiento del espíritu.
Solo el silencio nos vuelve capaces de decir algo inaudito. El proceso creativo, aun siendo acción, requiere un estado previo de silencio y vacío, de detenerse en el tiempo no productivo, en aquello que es inesperado.
El auténtico descanso culmina con la labor, por eso es esencia de la fiesta.
El tiempo festivo es un tiempo detenido, es un tiempo sublime, un tiempo fuera de lo cotidiano.
La experiencia temporal del arte consiste en aprender a demorarse, a tomarse su tiempo.
Si la necesidad obliga al trabajo, el tiempo en el que no hay trabajo es un tiempo de libertad.
Para Han, la mayor felicidad brota de la demora contemplativa en la belleza, solo así es posible el habitar y la estancia desinteresada.
Para Heidegger (2015), el pensar requiere detenerse, poner atención, darse tiempo. Pensar es pesar, sopesar, evaluar, dudar, mantener, cuidar, procurar, habitar, permanecer.
Para este filósofo, lo que hay que pensar es aquello que tiene peso, es lo grave y demanda un tiempo no de acción, sino de contemplación, de meditación.
Pararse a pensar, en lo que se debe hacer o mejor en lo no debe o se requiere hacer, debiese ser previo a la acción, a la vida de productividad.
El pensamiento sólo es posible a través de la memoria, que es detenerse a recordar, a regresar a lo que es y ha sido pensado. Solo en la duración se permite echar raíces.
Retomando a Han (2015), solo cuando uno se detiene a contemplar, desde el recogimiento estético, las cosas revelan su belleza, su esencia aromática.
El alma debe su existencia al acontecimiento sensitivo, sin ello solo hay anestesia. Al aroma de la tarde le sigue la fragancia de la noche.
Los aromas del tiempo no son narrativos, sino contemplativos, descansan en sí mismos.
La vida contemplativa sin acción es ciega. La vida activa sin contemplación está vacía.
A decir de este autor, el origen de la cultura no es la guerra sino la fiesta, no es el arma, sino el adorno. La fiesta está libre de la necesidad de la pura vida. La inactividad es un ayuno espiritual (Han 2024).
Sin tranquilidad no se puede reposar, pensar requiere tiempo y maduración (Han, 2020). La idea de la vida contemplativa puede parecer contraria al valor dominante de la sociedad actual.
Al tomarse el tiempo para reflexionar, meditar y desconectarse del ruido exterior, se puede encontrar un espacio de tranquilidad interior que permite ver con mayor claridad los pensamientos, emociones y deseos más profundos.
Este descanso, de poner en pausa el tiempo de pura producción, nos puede permitir una re-conexión emocional con los demás desde otro lugar de reposo, sin premura, como si fuera un refugio frente al caos.
Bibliografía
Camps, V. (2016). Elogio de la duda. Arpa de las ideas.
Han, B. (2014) La agonía del Eros. Herder.
------ (2015) El aroma del tiempo. Herder.
------ (2020) La desaparición de los rituales. Herder.
------ (2024) Vida Contemplativa. Taurus.
Heidegger, M. (2015) ¿Qué significa pensar? Trotta.