Al pensar descubrimos que nuestra existencia es una gran infinidad de posibilidades para ser

Buscar la verdad

Al pensar descubrimos que nuestra existencia es una gran infinidad de posibilidades para ser

Buscar la verdad
Al pensar descubrimos que nuestra existencia es una gran infinidad de posibilidades para ser

Decir que todos los seres humanos aspiran a la felicidad es una afirmación audaz, pero ¿alguien podría argumentar que es falsa? Si aceptamos que no existe nadie que no desee ser feliz, entonces podemos concluir que nuestros deseos, pensamientos y acciones están dirigidos hacia ese fin.

La filosofía, como disciplina del conocimiento, pero sobre todo como una pasión por la búsqueda de la sabiduría, también tiene como objetivo la felicidad. El amor es un afecto hacia lo que se anhela y el conocimiento es su guía.

La felicidad que se obtiene a través de la filosofía es el amor por la verdad; sin embargo, no siempre es el camino más placentero.

No lo es porque la filosofía se rige por la búsqueda de la verdad. Por ejemplo, algunas ideas pueden brindarnos felicidad al pensar en ellas, pero pueden ser inalcanzables, y también hay verdades desagradables.

Por eso, se trata de encontrar una forma de conciliar la verdad, que a veces puede ser desagradable, con la búsqueda de la felicidad, sin recurrir a la falsedad.

No podemos alcanzar la felicidad a través de la mentira, ya que solo nos desorientaría, de la misma manera que buscar una felicidad falsa resultaría contradictorio.

La filosofía nos lleva hacia la felicidad cuando descubrimos la naturaleza, el mundo y comprendemos nuestro lugar en el universo. Surge una inmensa alegría al reconocer la vida como una oportunidad para disfrutar del mundo al conocerlo.

La filosofía nos desafía a pensar y gracias a eso descubrimos que nuestra existencia es una infinidad de posibilidades para ser.

Descubrir implica sorprendernos y, al mismo tiempo, investigar. Significa ser capaces de ver lo que siempre ha estado allí pero que no conocíamos, como si estuviera frente a nosotros, pero no lo hubiéramos visto.

Maravillarnos con lo que descubrimos es una forma de enamorarnos de lo que conocemos. Es como embarcarse en una aventura.

Cuando algo nos sorprende, nos lleva a conocerlo o huir de ello. La primera opción se asemeja a ingresar a un laberinto lleno de caminos por descubrir, captura nuestro interés y despierta nuestra curiosidad, avivando nuestro ser.

Huir de lo que nos sorprende es resguardarnos y mantenernos en nuestro estado previo al asombro.

Atreverse a conocer es un acto valiente, ya que revela algo que estaba en las sombras y lo trae a la luz, junto con todo lo que eso conlleve. Ha sido iluminado y nos hace capaces de acercarnos a lo que se ha revelado.

Platón, en su libro El Fedro, compara la alegría con el delirio o la locura. Es una experiencia divina, un flujo transformador y enérgico que nos afecta.

En cierto sentido, nos hace salir de nosotros mismos, hacia aquello que ha despertado nuestra alegría. Esta aumenta el poder relacionado con la realización de nuestros deseos y el esfuerzo por perseverar de un modo más pleno, la existencia. Ser alegre a pesar de los padeceres de la vida, sin refugiarnos en una felicidad ilusoria.

Si imaginamos que algo puede hacernos felices, pero no se materializa en la realidad, podemos sentir frustración.

Suponer que algo nos hará felices y esperar que suceda puede llevar a la desesperación debido a la baja probabilidad de que ocurra.

La espera es una actitud pasiva, es desear que las cosas sucedan sin hacer nada más que esperar. Sin embargo, se trata de actuar con sabiduría. Esto implica tomar decisiones y abrazar lo que hemos decidido.

La alegría es una emoción que nos inspira, nos brinda confianza y energía. Se origina en pequeños momentos, logros y hechos concretos, no en productos de la imaginación que son inalcanzables.

La alegría es una llama viva de movimiento constante, similar al movimiento constante del pensamiento. Como estado de ánimo, es transitoria, pero representa una disposición para estar en el mundo y maravillarse ante nuestra capacidad de aprender a través de la sorpresa que nos brinda el mundo.

Dado que es transitoria, debemos procurar esos momentos en los que la luz proviene del entendimiento y la contemplación del mundo sean constantes.

La curiosidad es como una luz que se enciende, iluminando el conocimiento y el autoconocimiento, que se celebran con alegría.

Como estado de ánimo, estar alegre significa estar despierto y abierto a la recepción. La alegría no se espera, se aviva.

En este contexto, la filosofía actúa como un puente. Se hace filosofía con la disposición de aprender y se disfruta de lo que se contempla.

Aunque parezca una actividad individualista, debemos reconocer que el mundo es lo que no somos nosotros y debemos ser capaces de encontrar placer incluso en lo que podría parecer desagradable.

Esto es posible porque el pensamiento es una aventura, un descubrimiento del mundo y sus secretos.

Quizá la alegría es posible por otras vías y con ella la felicidad, ¿de qué otros modos podemos propiciar la alegría?

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