The Lighthouse (El Faro) fue reconocida como una de las mejores películas de 2019, y más aún, resonó mucho el hecho de su poco protagonismo dentro de la temporada de premios, a pesar de sus grandes logros actorales, fotográficos y visuales. Robert Eggers nos permite vislumbrar y replantearnos el cine, recordándonos la trascendencia de la visualidad y el viaje audiovisual, antes que la importancia de contar una historia comprensible
Eggers juega con la realidad, comienza con un relato que al principio parece cuerdo, mientras los sueños que atormentan a Ephraim (Robert Pattinson) comienzan a desbordar la materialidad, hasta que el sueño, el surrealismo en su naturaleza, se convierte en lo real.
Si bien Eggers ha declarado que la película es una crónica abierta a cualquier tipo de interpretación, es fundamental concentrarse en el viaje visual que propone, en las imágenes desconcertantes, hasta que nos atrapan en una experiencia donde logramos descifrar poco, pero vivimos mucho.
The lighthouse es el constante descenso hacia la irrealidad, envolviéndonos en la locura de Ephraim, quien se ve influenciado por la misma locura de Thomas (William Dafoe). A través de las escenas impresionantes, acompañadas de una bellísima fotografía y una forma visual inspirada en el viejo expresionismo alemán, crean una experiencia que nos mueve a reflexionar sobre la naturaleza misma del cine. ¿Acaso no es el arte de la imagen en movimiento? ¿A veces se confunde con el arte de contar historias? Finalmente el cinematógrafo es un invento que se desprende de la fotografía, del arte de pintar con la luz, y eso es la máxima expresión de esta cinta, es pintura en movimiento, donde los pinceles son la cámara, y la pintura, la luz.
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