Durante el desarrollo, el autor hará hará gala de sus recursos artísticos

Obra en dos actos de Eugene O’Neill

Durante el desarrollo, el autor hará hará gala de sus recursos artísticos

Obra en dos actos de Eugene O’Neill
Durante el desarrollo, el autor hará hará gala de sus recursos artísticos

Llega un punto culminante en que decimos que amamos a una persona. En ese momento, vale la pena preguntarse: ¿qué es lo que realmente amamos? ¿A la persona, con la totalidad de sus vicios y virtudes… u otra cosa, no tan evidente, que no está frente a nosotros, que posiblemente no tiene nada que ver con el otro?

Estos cuestionamientos surgen a raíz de la lectura de Distinto, obra dramática en dos actos, escrita en 1920, por el dramaturgo estadounidense, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1936, Eugene O’Neill. Esta obra fue una de las analizadas durante el curso de “Bases de dramaturgia: herramientas para la escritura teatral” que tuvimos a nuestro cargo en el pasado periodo inter-semestral, donde también se comentó Los frutos caídos, de Luisa Josefina Hernández. Y vale la pena mencionarla, pues de ella se desprenden diversos elementos de la técnica de escritura teatral, así como de su contenido específico.

Distinto inicia con Emma Crosby, una muchacha de veinte años y Caleb Williams, un joven marino de unos treinta, su pretendiente, quienes están sentados uno junto al otro, en un abrazo de novios, como si ambos pertenecieran a un cuadro vívido; uno que está a punto de romperse. La fuerza con la que estos dos personajes se atraen es evidente. Sin embargo, O’Neill hará gala de sus recursos artísticos. La primera ley, si se le pudiera llamar así, del drama y de la vida, es la de la transformación: en el drama, nada termina como empieza. Las personas y las situaciones están condenadas a modificarse. En mayor o en menor grado, con mayor o menor evidencia, hay un movimiento. Y este dramaturgo genial no sólo hará emulación de esta verdad universal en su obra sino que lo hará frente a nuestros ojos: en unas cuantas líneas plantea una relación intensa, y en muy poco tiempo —un solo primer acto continuo— y con muy pocos recursos escénicos, los actores y las situaciones sembradas en su trama, asistiremos al nacimiento de un conflicto del que se hará incrementar la tensión hasta el punto de fracturar el compromiso del noviazgo.

La propuesta de esta obra es asumir el pulso que están viviendo sus personajes: el de las pasiones desenfrenadas, el del enceguecimiento, y el de vivir hasta sus últimas consecuencias momentos intensos. La comprensión del tono en Distinto implica, como público o lector, pasar por un proceso de empatía: confesarse que en algún momento hemos estado prendados del otro y, además, que hemos sido ingenuos. El segundo acto tiene como tónica la postura incauta y descuidada de una Emma, treinta años después, quien ahora accede a los caprichos de Benny, una especie de sobrino político. Lo que le pasa a Emma Crosby, para algunos de los asistentes al curso, fue algo sumamente incómodo. Y lo es. O’Neill conoce su oficio y juega con nuestras expectativas: pasados los años, Caleb ha mantenido la promesa que le hizo a Emma de no casarse con nadie y esperarla, hasta que ella perdone el desliz por el que decidió terminar la relación; lamentablemente, esto no es suficiente para ella.

Sí. Es desagradable lo que le pasa a Emma, porque es desagradable desengañarse. Esto forma parte del objetivo de la estructura. Un dramaturgo es maestro de la estructuración, la cual siempre corresponde a una sensación específica; y para entender la de esta obra, basta con recordar los momentos de enamoramiento para darse cuenta de que juzgar a Emma de “tonta”, por tener una debilidad emocional o psicológica, es una forma de negación.

Distinto está llena de intensidad emotiva; incluso, la parte plástica —la escenografía que cambia de un acto a otro— apunta a la transformación dramática y su vínculo emocional, junto con su tema, pues nos dirige al centro del problema planteado: la percepción que Emma tiene del amor. Ella no ama a Caleb ni a Benny, sino a una idea pre-construida del amor, una que no corresponde ni a lo que vive en su relación ni al marino del que estuvo enamorada. Y cuando se da cuenta de qué es capaz de hacer una persona por ella, en la realidad —lejos de sus ideales— es demasiado tarde. El desengaño es cruel, pero verdadero. Esas son, pareciera que nos dice O’Neill, las respuestas del arte.

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