La pareja protagonista del relato ve morir a su hijo

La vida no cambia

La pareja protagonista del relato ve morir a su hijo

La vida no cambia
La pareja protagonista del relato ve morir a su hijo

Hay una pelota verde sobre el pasto del jardín, la veo desde mi ventana. El sol entra como una tormenta en mi casa.

Pienso en la vida en pareja y me asusta la repetición, la servidumbre voluntaria y la necesidad por el otro.

Al leer el cuento “El matrimonio”, de Franz Kafka, siento náuseas por la unión amoroso-comercial de dos personas.

La pareja protagonista del relato ve morir a su hijo. Lo patético es cuando un par de comerciantes intentan hacer un negocio con el señor K paralelamente.

Leemos una ambigüedad conmovedora, pareciera que el hijo y el padre mueren y reviven a partir del ritual de la cotidianidad.

La pequeña señora K revolotea en torno a su marido y le quita el abrigo: desaparece. En ese acto de “magia” narrativa, su hijo muere ante el toque de un hombre desconocido.

La señora K enfurece y corre a los intrusos. Mientras tanto, nosotros, sus lectores, sus creadores por eso, podríamos pensar en la hermosura y el dolor del matrimonio.

De la unión de dos que, por razones múltiples, terminan compartiendo la vida. Este compartir del señor y la señora K implica un tiempo en común con los otros.

Para poder mantener el núcleo, la ilusión del matrimonio, hace falta dinero. Pero aún con él su hijo muere expuesto, en medio de un espectáculo comercial.

El espanto viene cuando la madre se acurruca a los pies del hijo ya muerto y hojea una revista.

¿Presenciamos la unión de una familia? El hijo levanta el puño cerrado en un último gesto para que, al menos, lo vean sufrir antes de morir.

Quizá buscar el placer y la comodidad del otro se acerque al amor que es ya un matrimonio.

El otro se convierte en una mentira preciosa y la unión se sostiene del dinero, el deseo y la costumbre.

La pareja es profundamente transparente como misteriosa. El tiempo no necesariamente ayuda en los asuntos del matrimonio; todo lo empeora o lo atempera; en ocasiones, muy pocas, según he visto, el matrimonio alcanza un equilibrio. Pero siempre estará la pregunta por el deseo cambiante de uno y de otro.

En el cuento de Kafka, los roles parecen estar muy establecidos, hasta que una frase remueve el tejido cuentístico y nos lanza al incesto, a la orgía familiar, la madre ve al hijo como su marido. El error es común. Entonces, el hijo muere antes que el padre y el matrimonio continúa sus rituales.

La vida no cambia. La madre, cada vez que dé la vuelta a la página de una revista, sentirá los pies de su hijo muerto sobre la nuca. Entonces tendrá todo: el amor infinito del hijo, un marido sometido por sus servicios y un patrimonio gracias a su matrimonio.

El señor K, a su vez, se olvidará de toda responsabilidad de sentir la muerte del hijo, eso le corresponde a la señora K.

La pelota sobre el pasto verde ya no está en el mismo lugar, la cambió el viento, es muy ligera. Su presencia ha sido constante toda la semana. Hice todo por evitar que mi perro la mordiera unos días atrás, cuando caminábamos por el jardín.

La pelota, igual que el matrimonio, se puede manipular, aventar, jugar con él y observar cómo cambia de estado, pero basta un leve pinchazo para que esa célula se rompa.

Ahora piensen qué hubiera pasado si mi perro aniquila a la pareja que habita la pelota verde del jardín.

 

Referencia: Kafka, F. (2020). “El matrimonio”. En Obras selectas (p. 511). Mirlo.

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