Oppenheimmer y Todos eran mis hijos comparten un planteamiento común

El tratamiento del autor

Oppenheimmer y Todos eran mis hijos comparten un planteamiento común

El tratamiento del autor
Oppenheimmer y Todos eran mis hijos comparten un planteamiento común

Un buen ejercicio para el análisis de la concepción creativa es relacionar dos productos con líneas comunes, ya sean genéricas o temáticas, ya que, pese a la cantidad de diferencias, esto nos revela las características técnicas y estilísticas de cada caso: un modo de conocer a través de la comparación.

Es lo que nos proponemos respecto al estreno de Oppenheimer, de Christopher Nolan, película que trata acerca de la creación de la bomba atómica, en Estados Unidos, encabezada por el científico Robert Oppenheimer.

Basada en la biografía Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, el filme de tres horas posee un claro énfasis en la anécdota, como muchos de los filmes biográficos suelen tener.

Esto, de entrada, es un arma de doble filo, pues la selección de elementos de las historias suele estar condicionada por la fidelidad biográfica y no por el descubrimiento temático.

El título de la biografía nos hace observar que el material seleccionado de la vida de Robert Oppenheimer ya posee una línea temática, hay una ganancia que conlleva no sólo una pérdida, sino una destrucción.

La incentivación de Oppenheimer, interpretado por Cillian Murphy, por crear esta bomba le dio su éxito social, como hombre estadounidense al servicio de los intereses políticos de su país; el problema es que esto implicó la muerte de miles y miles de personas.

Por supuesto, el planteamiento nos recuerda a Todos eran mis hijos, obra excepcional del dramaturgo estadounidense Arthur Miller, donde en el mismo contexto de la Segunda Guerra Mundial, Joe Keller, dueño de una fábrica, ha aprobado el envío de unas piezas defectuosas de aviones de guerra para su servicio con tal de evitar las pérdidas económicas, en lugar de reconocer el error y provocando la muerte de 21 pilotos.

Cuando lo conocemos, al inicio de la obra, vemos que es un hombre exitoso, con una empresa consolidada y una familia excepcional. El problema es que este pasado secreto de Joe saldrá a la luz poco a poco, y ese mismo día, vivirá las consecuencias no sólo de ser responsable de la muerte de los 21 pilotos, sino de su propio hijo, Larry.

Tenemos una coincidencia temática, aun con la diferencia de formato: un tipo de ganancia a costa de la guerra. En Oppenheimer, vemos que esta ganancia es a nivel social. En Todos eran mis hijos, a nivel económico. ¿Cuál es la distinción? El tratamiento que le dan sus autores.

En Miller, el tema es una conclusión emotivo-intelectual y altamente concentrado en su esencia: el crimen de Joe, cometido en el pasado, es algo que le traerá consecuencias al nivel de la destrucción familiar.

Además, la grandeza de su dramaturgo nos permite detectar la agudísima crítica al pueblo estadounidense: se ha hecho de riqueza obtenida a costa de la sangre, sin importar que sea de sus propios hijos.

En el caso del filme de Nolan, es curioso que haya dos líneas anecdóticas principales: una, la creación de la bomba y sus posibles implicaciones morales en el protagonista; otra, la audiencia secreta que se le hace a Oppenheimer, momentos después de que vio la gloria y fuera publicado, incluso, en la portada del Time.

La primera línea nos permite conocer los motivos de la creación del arma y pareciera que alguna consecuencia individual tendrá su protagonista. Lo cierto es que no sucede porque la presencia de la segunda línea, la de la audiencia, ofusca este suceso. Lewis Strauss, quien perpetró la trampa a Oppenheimer, dijo que esa audiencia haría que se le recuerde como un mártir y no como un asesino.

Y es que aun con la fatal frase con que termina la película, la confesión hecha a Einstein, pareciera que la conclusión tiene más que ver con las razones por las cuales era mejor que los estadounidenses crearan la bomba, la usaran, y no otro pueblo, porque de algún modo eso garantizaría la paz mundial, una posición bastante dudosa. Esta postura, en el caso de Miller, al alcanzar el género de la tragedia, simplemente se vuelve indiscutible.

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