La muestra compila cuentos de varios escritores jóvenes

Una antología de Jorge Ortega

La muestra compila cuentos de varios escritores jóvenes

Una antología de Jorge Ortega
La muestra compila cuentos de varios escritores jóvenes

Una trama exacta de la mano de una voz narrativa ambigua y curiosa, además de una historia sólida, son elementos imprescindibles para un cuento que aspire a ser un clásico, como los de Borges, Chejóv, Eichendorff, Hoffman y muchos otros que son siempre dobles y, en ocasiones, viven en ellos numerosas historias expandiéndose.

A partir de una sofisticada red neuronal en el texto, aunada a la necesidad literaria prolongada y obsesiva de quien escribe, un relato es un organismo que camina entre los vivos. A través de la trama y sus hilos bien ayuntados habla la literatura.

Curiosamente, en varios de los cuentos de la Muestra del nuevo relato mexicano que hizo Julio Ortega para la Feria Internacional del Libro de Lima, con México como invitado, vemos que la trama ha pasado a un segundo lugar y la voz narrativa es mejor si es vacua, muchas de las historias no logran una percepción compleja de lo humano. Hay, por supuesto, también buenos relatos.

La nota que está al principio de la antología aclara poco de los criterios usados para hacer la selección y tampoco es posible ver la bibliografía consultada por Ortega.

Sin embargo, encuentro acertada la inclusión de cuatro textos porque tienen un diálogo inteligente con el género. Me refiero a “Cuerpo habitado”, de Vanessa Garza Marín; “En la penumbra”, de Nicolás Cabral; “¿Cuánto tarda un niño en atravesar una calle corriendo?”, de Luis Felipe Lomelí; y “Tijuana P. M.”, de Heriberto Yépez.

Comenzaré con el cuento del último que escribe una literatura de odio y destrucción, hay en ella autenticidad y conocimiento profundo de las pulsiones humanas.

Yépez logra, por momentos, convertir algunos conceptos literarios en acción narrativa, pero tendría más fuerza el escrito de no hacerlos explícitos.

Lo abyecto habita el relato del lado de la burla y la misoginia, son las historias y las descripciones de algunos antros de Tijuana que visita el narrador. Inquieta la homosexualidad abyecta, la cosificación de la mujer.

“¿Cuánto tarda un niño en atravesar una calle corriendo?”, de Lomelí, relata el instante en que un infante sale aterrorizado de su casa porque unos hombres vestidos de blanco entraron, al parecer, a matar a su familia. El narrador vive el dilema de si dejarlo entrar o no a su casa.

Es un cuento con un acertado manejo del suspenso y la ambigüedad moral que parece habitar al héroe. En el cuento “En la penumbra”, de Cabral, leemos ecos de Beckett y Pessoa en un texto claustrofóbico heredero del teatro del absurdo en el manejo del espacio.

El cuento más logrado de la antología es el de Vanessa Garza: “Cuerpo habitado”. El relato tiene una matriz clásica y aborda la sexualidad femenina en su complejidad, además es interesante su planteamiento del doble: una mujer es habitada por un anciano que se la coge y la lástima constantemente.

Entonces entramos en el “dulce” territorio de lo ominoso descrito por Freud como la noción de lo entrañable, lo hogareño.

Los mejores cuentos caminan en el cuerpo del lector y lo regresan a ese lugar mítico entre el sueño y la vigilia donde habitan seres de aire, también está el espíritu del investigador, cada detalle es importante, todo tiene un espejo ahí adentro, una resonancia. Si la trama o la historia son triviales el cuento pierde completamente su sentido, es un ser incompleto, soso.

Los cuentistas más dotados, por lo general, caminan a tientas por su propio relato, quizás sea esa condición la que permite que el lector descubra el mundo a su alrededor convertido en otra cosa. El cuento es un regreso a la infancia, porque vuelve a la cuenta original.

Ortega, J. (2017). Muestra del nuevo relato mexicano. Orfila.

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