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Sociedad civil y participación ciudadana

Sociedad civil y participación ciudadana
Número de revista
8
Año de revista
2022
Área Temática
Latitudes CCH
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Descripción

Más que un sistema político la democracia es una forma de vida, ha dicho Octavio Paz, y con ello se refería a la responsabilidad ciudadana para hacerla efectiva, a participar no sólo mediante el voto sino en todas las acciones y decisiones que la afecten, a tener presencia en los asuntos públicos como sociedad civil organizada.

Dos momentos significativos para la democracia en la cultura occidental son cuando Pericles pronuncia su Discurso fúnebre a finales del siglo V a. C., y cuando Julio César decide cruzar el Rubicón en el siglo I a. C.

El primer hecho sucede en el invierno del 431-430, cuando para honrar a los atenienses que habían caído defendiendo su ciudad de la agresión de Esparta, Pericles pronuncia su Discurso fúnebre, un documento fundacional para la democracia. En él ensalza los valores que presiden la vida de los atenienses, elogia la grandeza de la ciudad, define el espíritu profundo de la democracia, explica la eternidad de su patrimonio (“No sólo somos motivo de admiración para nuestros contemporáneos, sino que lo seremos también para los que han de venir después”) y crea un primer y original documento en defensa de la democracia que es ejemplo de conciencia y civismo ciudadanos.

El segundo hecho ocurre el 12 de enero de 49 a. C., cuando Julio César se detiene unos instantes antes de cruzar el Rubicón, atenazado aún por la incertidumbre. Regresaba triunfador de sus campañas contra galos, británicos y germanos, pero sabía que cruzar ese río con un ejército en armas no estaba permitido. Sin embargo, el triunvirato formado por él, Craso y Pompeyo se había roto por la muerte de Craso y la ambición de Pompeyo, y el senado no respondía a ninguna de sus propuestas. Así que después de una noche de dudas decide lo que para él es la mejor opción: cruzar el río y avanzar hacia Roma con sus legiones. Con esta acción termina la República romana, el régimen que durante cuatro siglos hizo posible los ideales de igualdad y libertad. Tras el asesinato de Julio César, en marzo de 44 a. C. —y un segundo triunvirato integrado por Lépido, Antonio y Octavio—, da comienzo el ciclo de los emperadores y tiranos: el poder concentrado en un solo hombre que propicia extravagancias y locuras de personajes como Octavio Augusto, Tiberio, Nerón y Calígula. El senado no existe más que para satisfacer y justificar sus ocurrencias, y la República, que había heredado de los griegos la inclusión y participación de los ciudadanos en la vida pública, los envilece y degrada dejándoles como única concesión sólo el “pan y circo”.

Es cierto, Pericles no escribió el Discurso fúnebre. Fue el historiador Tucídides quien lo transcribió varios años después en el Libro II de su Guerra del Peloponeso a partir de sus recuerdos y los testimonios de otros que lo habían escuchado, pero los temas y la emoción que transpira son sin duda de Pericles, quien además de excelente gobernante fue un magnífico orador. De igual forma, antes de la rebelión de Julio César la República romana no era una isla de paz y tranquilidad, había enfrentado ya el levantamiento de Espartaco y sus esclavos, y la conjura populista de Catilina, pero de ambas había salido indemne. No fue sino hasta Julio César, dueño de todo el poder y aclamado como un semidiós por la plebe, cuando las bases de la República fueron demolidas.

Desde entonces las sociedades han vivido entre estos dos extremos: uno de libertad, reconocimiento y aliento a la participación ciudadana, y otro donde un líder, grupo o partido aglutina todo el poder relegando a la ciudadanía sólo a obedecer y aplaudir sus acciones. Con la aparición de los estados-nación estos hechos fueron analizados por teólogos, filósofos y políticos para encontrar un modelo de sociedad que permitiera la convivencia pacífica de sus integrantes y acotara el poder absoluto en cualquiera de sus formas. Un fino hilo que va de La ciudad de Dios (426 d. C.) de san Agustín a El príncipe (1532) de Maquiavelo, de la Utopía (1516) de Tomás Moro a Los seis libros de la República (1576) de Juan Bodino, entre otros, representan esa búsqueda.

Habrá que esperar la aparición de las sociedades modernas y el mercantilismo, durante la Ilustración, para conocer propuestas factibles de un Estado capaz de otorgar seguridad a los ciudadanos y contener el poder absoluto de los gobernantes.

El nacimiento de estas propuestas debe situarse en la obra del filósofo empirista inglés John Locke (Dos ensayos sobre el gobierno civil, 1689), que propone la separación de poderes. Dicha idea fue desarrollada después de observar la Revolución inglesa de 1642-1688, que puso fin al absolutismo e instauró la monarquía parlamentaria. En El espíritu de las leyes (1748) el Barón de Montesquieu perfecciona esta idea que halla su más acabada expresión en El contrato social (1762) de Jean Jacques Rousseau.

Así nace la democracia moderna, que recibió un impulso definitivo con la Revolución de independencia de los Estados Unidos (1781), la cual instauró la democracia representativa republicana como forma de gobierno, y la Revolución francesa de 1789, que abolió la monarquía, creó la Asamblea Constituyente y la Asamblea Legislativa como instituciones de gobierno y difundió la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Por primera vez la libertad, la igualdad y la fraternidad fueron con ceptos tangibles que parecían estar al alcance de toda sociedad que se los propusiera conquistar.

El pensador, historiador y político francés Alexis de Tocqueville propuso, luego de un viaje de observación al sistema penitenciario de los Estados Unidos en 1831, el modelo de democracia moderna que hasta la fecha casi todos los países se empeñan en construir: división de poderes, apego a la Constitución y a las demás leyes, tolerancia política, libertad de expresión y reunión, educación ciudadana y otros valores que caracterizan a las sociedades abiertas. En el segundo volumen de La democracia en América Tocqueville analiza la transformación que sobre la sociedad ejerce tal régimen, es decir, sobre las costumbres, las ideas y la vida intelectual. Con ello arribamos al tema que hoy nos ocupa: la sociedad civil.

Este concepto, como lo explican los profesores que en este número colaboran, es un ensanchamiento de las libertades porque la ciudadanía, independiente del Estado, los partidos políticos y otras instituciones cuyo objetivo es el poder político, participa en la solución de los problemas que los gobiernos, ya sea por ineptitud, desdén o ignorancia no pueden ni quieren solucionar. Allí interviene la sociedad civil y se vuelve una forma de vida como quería Octavio Paz, y una consecuencia de la democracia sobre las costumbres, las ideas y la vida intelectual de la sociedad como observó Alexis de Tocqueville.

Modelo de participación ciudadana es la creación de sus artistas y pensadores, como lo muestra la obra del pintor y escultor Rafael Cauduro, presente en estas páginas; agradecemos sinceramente su presencia, pues él, por medio del arte, contribuye a crear una ciudadanía más informada, tolerante y sensible, como también lo es nuestra responsabilidad en el Colegio, y en la UNAM en general, ambos expresiones de la sociedad civil. Gracias, maestro Cauduro.

 

Dr. Benjamín Barajas Sánchez

Director General del Colegio de Ciencias y Humanidades