La boda de los pequeños burgueses

La boda de los pequeños burgueses

Expone un comportamiento vicioso y se obtiene una regla

La boda de los pequeños burgueses
Expone un comportamiento vicioso y se obtiene una regla

Hemos dicho, en otro momento, que el teatro brechtiano posee claros objetivos sociales. Y aunque en las grandes obras de este autor la finalidad didáctica es una constante, en algunas de ellas podemos observar otro funcionamiento.

Hablamos de sus obras en un acto, ya que la obra breve siempre es un buen recurso para trabajar en el aula del bachillerato y para acercarse a la dramaturgia de los grandes autores del teatro.

La boda de los pequeños burgueses, obra en un acto, escrita en 1919, cuando Brecht tenía 21 años, y estrenada en 1926, posee una intención puramente del escarnio.

O sea, que de entrada hay un planteamiento crítico a una parte de la sociedad pero, a diferencia de la obra didáctica donde se deduce, por la lógica del planteamiento dramático, una solución aplicable a una problemática de nivel social, en ésta más bien se expone un comportamiento vicioso, se le señala y se obtiene una regla de comportamiento para continuar con el orden social: dejar de hacer tal cosa para evitar otra.

Si nos fuéramos por la línea que ha hecho famoso al autor alemán —la de sus dramas épicos— podríamos pensar que en esta obra lo que critica Brecht es precisamente, como su título lo plantea, una clase social —la burguesía— donde sus costumbres son vistas con singularidad.

Lo cierto es que, después de hacer una revisión de la estructura dramática de esta obra, se infiere que lo criticado es el acuerdo moral que surge del matrimonio y la convivencia forzada que este evento significa para la familia, pues en ella se está obligado a conversar, a demostrar determinados valores —como la castidad o la fuerza para construir algo—, la fidelidad y la sensación constante de que todo está bien.

Es decir, la hipocresía (el pulso de ejercerla y esperarla de regreso) se nos muestra aquí al más puro estilo molieresco o chejoviano y, más adelante, se “despedazará” gráficamente ante nosotros.

Las actitudes que nos plantea el autor —por controversial que parezca— no pertenecen a una única clase social sino a todo aquel conjunto de individuos que, por convivir, se ven orillados a parecer lo que todos saben que no son, pero se espera que lo sean.

Así vemos cómo en la celebración de la boda de los novios todo falla: las pláticas triviales, la convivencia y hasta los muebles.

Incluso, cuando se ponen a bailar y cantar para mitigar la incomodidad, esto es ocasión de desenmascarar las posibilidades del engaño: la novia está embarazada, asunto que a mujeres con la moral tradicional, como la Señora, escandaliza y se convierte en motivo de juicio.

Brecht no deja “limpio” a nadie: desde una madre controladora, un padre con charlas insignificantes y urgencia por ser escuchado, una señora fijona y criticona, un marido aplastado, un novio malhecho que se ha ahorrado materiales en la construcción de los muebles del hogar y una novia con preocupación por las apariencias, el dramaturgo nos muestra una fase distinta a la que más adelante consolidará en Madre Coraje.

Pero no es de extrañar que Brecht desarrolle con destreza este género, pues la comedia es un género social: toca las asperezas de los individuos dentro de la sociedad, las exhibe y nos muestra que lo mejor sería no realizarlas.

Por diversas ofensas o por mera prudencia, poco a poco se van yendo los invitados de la fiesta (el olor a cola barata es insoportable) y entonces los novios se quedan solos en lo que parece han lamentado como decisión: casarse.

Pero la lujuria ha sido motivo suficiente para consolidar matrimonios y muy pronto, como vaticinó la canción que el amigo les dedicó, ésta se apodera de ellos. Todo este espectáculo de destrucción para volver a unirse en el cuerpo: como si el sexo necesitara tanta ceremonia para realizarse.

La parafernalia moral es deshecha para dar paso a la realización instintiva. El escarnio es ver cómo se destruye esta parafernalia: una reunión con el título de celebración, en realidad es la excusa para humillarse mutuamente y dar paso al deseo. Y tal parece que Brecht nos dice eso: llenar de ceremonias el instinto nos hace, a los humanos, seres del ridículo.

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