Cuentosmorales

Premio Nobel de Literatura

Plantea qué pasaría si nos asumiéramos egoístas y consumidos por el deseo

Premio Nobel de Literatura
Plantea qué pasaría si nos asumiéramos egoístas y consumidos por el deseo

escribo con sobriedad la historia de una madre escritora, su vida es también la mía. Lo hago impecablemente, todo calculado y roto: Beckett y Eliot son mis maestros. Me siento juzgado por otros que no están aquí: es la mujer que inventé, son los hijos que no tuve, la vida que no logré, son los ecos: piel colgante.

Me pudro, seré alimento

Soy una manzana achicándose en cámara rápida. Quisiera hablar de los animales y sus caras, de la vejez y sus demonios, del amor a los cuerpos jugosos. Acepto que me gusta la dulce violencia de la penetración.

Soy J. M. Coetzee y también una mujer sin nombre. Pienso a mis personajes como líneas, caminos, signos silenciosos que modelan en la hoja de papel.

Mis personajes son seres actuando fuera de la “Ley natural”, por ejemplo, en el cuento “Vanidad” una mujer cumple 65 años e invita a sus hijos a festejar el día de su nacimiento.

Pronto todos ven el cambio en ella: trae el pelo pintado y el rostro maquillado. La mujer declara que quiere que los hombres vuelvan a mirarla de “cierta manera”. La esposa de uno de sus hijos se encarga de censurar su conducta: ella está ya casi muerta, quién puede lengüetear lo podrido y no sentir asco.

Otro de mis cuentos se titula “El perro”. Es la anécdota de una joven estudiante que pasa en su bicicleta todos los días frente a una reja y un perro le ladra y la asusta, la odia, ella está segura. Quizá si se lo presentaran dejaría de causarle terror. La chica termina por imaginar que mata al animal. 

En Siete cuentos morales hay una misma protagonista en diferentes etapas de la vida. Tiene muchas edades, es escritora y está más cerca de los animales que de los hombres, por eso escribe en el último cuento un proyecto para un “matadero de cristal” como espectáculo: un zoológico transparente, con vidrios ensangrentados en las calles de una ciudad, que es muchas ciudades.

Mis personajes en Siete cuentos morales actúan en consonancia con su placer y niegan su deseo frente al otro. ¿Cómo se establecen las normas morales de cada individuo? ¿Por qué la anestesia al infringir la ley en mis personajes? No lo sé. No actúo con premeditación. Dios es uno y único, y me ve frente al espejo cada mañana. Por eso no hay culpa en mis personajes, para ellos sólo existe el deber.

En mi libro planteo lo que pasaría si nos asumiéramos egoístas, consumidos por el deseo, asustados por la vejez y la incomprensión; somos nosotros los que animamos a los animales, les atribuimos un rostro y la posibilidad de la angustia. Todo está vacío en mí, si es que soy yo Coetzee; y no la mujer que he inventado, la Diosa.

Hay un cuento que me inquieta todavía, se llama “Una historia”: la protagonista tiene un amante y no siente culpa, la señora ama a su marido y disfruta de su enamorado. Pensé en el principio.

Al no asumir las consecuencias de los propios actos, al no acatar la norma, ¿estaremos frente a las puertas del mal?

Adán y Eva evadieron su responsabilidad con la ley divina luego de comer la manzana del conocimiento: el hombre le echó la culpa a la mujer, cuerpo de su hueso, y la segunda a la serpiente, falo en S; y comenzó el discernimiento, y él y ella miraron de frente a Dios como su igual.

Decidir el propio camino, con la Ley de por medio, fue su destino. La ley moral nos sueña, ella nos define. Nos encerramos y hacemos el amor ella y yo en un cuarto iluminado por un quinqué ya viejo, ella joven y esbelta. Yo ya no sé qué soy.

 

Referencia:

Coetzee, J. M. (2018). Siete cuentos morales. Random House.

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