La violencia invisible, cotidiana o micromachismo es una violencia muy suave, casi imperceptible, alertaron especialistas durante el conversatorio “Micromachismos: Cuando el príncipe se convierte en sapo”.
Eduardo Sánchez Pimentel, Víctor Fernández MacGregor Garfias y Luis Leyva, del Colectivo de hombres trabajando en conciencia contra la violencia, participaron en la charla organizada por el Departamento de Psicopedagogía, de la Dirección General del CCH.
La violencia invisible la ejerce el hombre contra la mujer como una forma de dominio contra su libertad, autonomía o capacidad de elegir o ser. “Se trata de que como hombre y macho quiero seguir siendo el que tenga el control y autoridad sobre la mujer de manera sutil”, indicó MacGregor Garfias.
Agregó que el problema “inicia desde la educación en la familia, porque a las niñas y los niños se les enseña de manera diferente y por roles de género; ya que el machismo no es innato, es aprendido”.
Además, el hombre lo justifica porque se cree superior a la mujer por cuestiones biológicas, la familia los hace sentir como los reyes del mundo y que las mujeres están para atenderlos.
En todo esto no existe violencia chica o grande, porque la violencia cotidiana o micromachismo puede detonar en casos más grandes con el tiempo. De allí la importancia de tratar el problema para “hacer conciencia de que no está padre ir humillando o haciendo diferencia entre los géneros por su fuerza física o intelecto”, reflexionó Luis Leyva.
Ese tipo de violencia también está relacionada con la cultura patriarcal, que nos ha empujado de cierta manera a ejercer control de diferentes formas y sutilezas, por ejemplo, tener la clave del WiFi de la casa, el control de la televisión, el mejor lugar para sentarse o ser el primero al que le sirvan de comer.
En estos casos se da la colaboración femenina, donde se da por sentado que debe atenderse primero al hombre, lo cual fomenta, perpetúa y valida la problemática; por ello, es importante el reconocimiento y diálogo de ésta para conseguir cambios en el comportamiento masculino.
Otra manera de ejercer dicha violencia es a través de la verbalización como forma de imposición de la autoridad masculina, con frases como: “Estás loca”, “ya estás en tus días” o “no opines de lo que no sabes”.
“Este tipo de acciones no sangra a la pareja, pero sí deja huellas en la persona al generarle un estado de ánimo de tristeza, depresión y enojo reprimido que irá en aumento”, alertó Sánchez Pimentel.
A partir de la repetición de estas frases o ideas, muchas personas pueden convencerse de que son culpables e inhábiles para realizar determinadas acciones y, con ello, no aventurarse a estudiar una carrera determinada, a emprender un proyecto, a vestirse de determinada manera y sólo limitarse al rol impuesto por la sociedad.
Un aspecto más a considerar es que la persona que ejerce el machismo como ejercicio de poder y convivencia, al saber que no va a poder conseguir lo que desea por medio de la violencia burda, va a ejercer la violencia suave, además de esforzarse en ser atractivo afectivamente para que su demanda de compañía y sexualidad sea requerida, concluyeron.