¿Alguna vez han soñado con ser otra persona, una que vive aventuras en lugares fantásticos? En una ocasión me soñé siendo hombre, habitaba en las estepas africanas con un grupo de cazadores. Fue un sueño lleno de libertad, alegría y fraternidad. Cuando desperté, reflexioné sobre ese momento onírico que percibí real; me di cuenta de que duele ser mujer.
Hice una recapitulación de los instantes en que había vivido esa sensación de plenitud y que, por algún motivo, los perdí.
Recuerdo que, a los 10 años, acompañaba a mi padre a trabajar –él era algo parecido al “mil usos” o “el chambitas” del pueblo.
Mi padre nos llevaba con él, a mi hermano menor y a mí para que aprendiéramos un poco los oficios de plomería y electricidad; disfrutábamos de acompañarle y de aprender el nombre de las herramientas y para qué servían.
Un día ellos me relegaron, no los acompañé más. La explicación fue: “como ya estás creciendo y tu cuerpo está cambiando, no puedes hacer cosas de hombres; te tienes que cuidar”.
Me dolió ser mujer. Me dolió ser excluida de una actividad que compartía con mi padre. No sé cómo me sobrepuse a ese abandono, o si solo dejé pasar el tiempo.
Durante mi adolescencia y juventud estuve en otras situaciones en las que, con la rebeldía de la edad, intentaba encontrar respeto en mi familia, la escuela y el entorno.
Tomé decisiones como modificar mi vestimenta y no usar maquillaje para evitar el peligro y los comentarios vulgares.
Me dediqué a estudiar y a tratar de sobresalir para no ser la típica chica de “estudio mientras me caso”. Estas circunstancias me llevaron a un dolor crónico de ser mujer.
Mi carrera quedó trunca. Un “maestro” me solicitó unos “favores” para pasar una asignatura seriada, como no accedí, hasta ahí llegó mi licenciatura.
También dolió ser mujer porque mi voz no importó. No tuve los medios para defenderme de un sistema que sólo escondía los expedientes y trataba a las estudiantes de difamadoras del honor de un prestigiado maestro de la facultad.
Después de medio siglo, con más experiencia y en mi papel de profesora, espero transmitir ideas de igualdad, solidaridad, sororidad y respeto a los y las estudiantes.
Compartirles mis experiencias, con el afán de que tengan la oportunidad de defenderse o de darse cuenta si normalizan la violencia de género.
Busco hacer del aula un espacio seguro; brindar a las y los alumnos herramientas para identificar los rasgos de violencia. Mostrarles cómo han cambiado las leyes, normas y derechos que las y los protegen; que no se sientan en soledad.
Alguna vez la filósofa inglesa Mary Wollstonecraft, en su lucha por la igualdad, dijo: “Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”.
Aquí propongo esta misma expresión sobre la igualdad e inclusión de género: “Yo no deseo que las [personas] tengan poder sobre [otras], sino sobre ellas mismas”; que se sueñen en su estepa africana viviendo en plenitud y libertad.