utopía hippie en el espacio

La nave humana, de Philip K. Dick

Indaga en el lado oscuro de lo tecnológico

La nave humana, de Philip K. Dick
Indaga en el lado oscuro de lo tecnológico

Atravieso el espacio exterior; penetro lo negro, enfundado en mi cuerpo de metal. Me inventó un loco y drogadicto, un escritor rechazado que soñaba con ovejas eléctricas. Le dio el recuerdo a uno de mis supuestos alumnos y ahora estoy aquí, envuelto en el aliento de un ser invisible; recuerdo todas esas aventuras que deseaba vivir y se eriza mi cuerpo de metal, porque sé que tengo una segunda oportunidad.

En mi planeta, la Tierra, antes de ser una nave humana fui científico y colaboraba, sin quererlo, para formar a los soldados. El arte bélico era la oscuridad que marcaba el ritmo de todo, movía voluntades, y la ética era cada vez más flexible. Entrené a jóvenes científicos que se unían a las filas de los soldados para la guerra.

Más allá de eso, siempre tuve un sueño; una utopía que no confesé jamás. Quizá los únicos rasgos que delataban en mí el gusto o el amor por la vida eran la cabra y que cosechaba mi propia comida.

En las clases de la universidad dejaba encriptadas algunas notas sobre mis planes, sobre la nueva colonia. Desgraciadamente, ninguno de mis alumnos fue capaz de verlas; estaban ocupados en otras cosas.

Hoy que mi cuerpo de metal se resbala por la nada, pienso en ese sueño de la bondad de lo humano que invadió todas mis noches y mis días, después de que mi mujer murió.

Ella y yo habíamos pensado, muchas madrugadas con los pies entrelazados y las almas bien pegadas, que alguna vez poblaríamos un nuevo mundo lleno de seres amorosos, porque pensábamos que la naturaleza humana era distinta a la que nos había tocado vivir; creíamos que la guerra era una costumbre.

Un alumno llegó un día y me ofreció un proyecto que definitivamente acepté, con algunas modificaciones. Me propusieron que mi cerebro controlara una nave espacial, porque los enemigos tenían unas minas que reaccionaban rápidamente porque eran biológicas y sus reacciones eran mucho más rápidas que las de los objetos mecánicos y, por supuesto, más impredecibles.

El alumno pensó que, si la nave era gobernada por un cerebro que pudiera tener la capacidad de tomar decisiones inesperadas, la guerra terminaría. Yo acepté, mi cuerpo de carne ya estaba por morir, por suerte mi cerebro seguía totalmente lúcido. Le hice algunas modificaciones al proyecto original de mi alumno y comenzamos la primera prueba.

Me salí de la órbita de la Tierra y toda la tripulación salió volando al espacio exterior. Los salvaron. Después me las arreglé para recoger a mi alumno y a su mujer; con ellos empezaría este sueño, serían mi Adán y mi Eva, yo su Dios.

Hasta aquí llega la narración del loco, del drogadicto Philip K. Dick. Yo, como la nave humana protagonista, me siento un poco decepcionado porque al final no puedo probar mi punto. Me da la impresión de que alguien ya lo intentó y fracasó. ¿Cuál es el cambio aquí? Pienso que estoy en una utopía hippie espacial.

Pero qué viaje, qué sensación tan maravillosa, la de la nada abrazándote, la de un dios invisible que te traga, sus entrañas son negras y en ocasiones luminosas; en otras, es lo verde y azul lo que gobierna. 

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