Rodolfo Usigli consagró su escritura a la nación

El gesticulador, máxima obra del dramaturgo

Rodolfo Usigli consagró su escritura a la nación

El gesticulador, máxima obra del dramaturgo
Rodolfo Usigli consagró su escritura a la nación

México, desde su fundación, ha tenido el fantasma de la moda europea, con un presente desdén —a veces velado; otras, no— hacia lo que el mismo país produce. ¿La explicación? Forma parte de nuestra historia, pero se reduce al pensamiento de que hay algo mejor en otro lado, que aquí no. La escena teatral no es excepción.

Por fortuna, nada de eso alteró, para detrimento de su concepción artística, la dramaturgia de Rodolfo Usigli (1905–1979), quien en su teatro nos invitó a repensar nuestra escena y los temas que veíamos en ella, ya que a diferencia de sus contemporáneos que voltearon a ver fuera del país, él consagró su escritura al pueblo mexicano.

Tal es el caso de El gesticulador, fechada en 1938, donde el dramaturgo, en una primera línea, aborda el ambiente posrevolucionario.

Trató un evento que, como bien sabemos, definió la política que se haría después, una que fue dominada por un solo partido durante décadas y sigue manteniendo al país en una especie de desventaja. Este punto ha particularizado la noción popular de la obra de Usigli: su crítica política.

Lo cierto, y lo que nos interesa señalar, es que no solo el retrato de una realidad política es el mérito de esta obra, sino el justo retrato de una verdad más universal: el fracaso de los padres ante la mirada de sus hijos.

César Rubio es un hombre de universidad, profesor que ha llegado a su pueblo natal con su familia para probar mejor suerte, pero resulta que ni su esposa ni sus hijos son partícipes de su ánimo, pues saben que en ese pueblo perdido en el desierto no hay mayor futuro.

Sin embargo, Miguel, el hijo de César Rubio, no sólo reprocha la mediocridad de su padre sino que teme que vaya a cometer una imprudencia, pues le escuchó decir que como nadie sabe tanto de la Revolución mexicana como él, podrá usar esa información ante los políticos de ese pueblo para conseguir algún trabajo, es decir, chantajear.

Pese a que Rubio promete no hacer nada deshonrado, la aparición del profesor Bolton, de la Universidad de Harvard, interesado en la historia de México, hace que César vea la oportunidad de aprovechar la homonimia existente entre él y otro César Rubio, general revolucionario.

De ese modo deja suceder la confusión, lo cual deviene, escenas más tarde, en que César sea candidato a la gubernatura de su poblado natal.

La presencia del contexto político es parte de la construcción de esta obra, pero no puede completarse si no es por el indicio que Miguel nos da: su padre ha construido una mentira en la que ha vivido y, en un proceso bastante ingenuo de la situación, César se mete a jugar en una cueva de lobos.

Por este rasgo del carácter de César —uno que no puede lidiar con la realidad de las cosas y, por ello, construye una tangente para vivir en ella, pero que solo tendrá consecuencias al error que está cometiendo— es que El gesticulador no solo es hermana de Muerte de un viajante, de Miller, sino de la Antígona de Sófocles.

Si la comparación es válida es porque la universalidad de esta obra no está en los detalles de la política mexicana, que por desgracia continúa con su misma lógica corrupta y oportunista, sino en el retrato de la tragedia de un hombre que está confundido: uno que no logra medir con conciencia el alcance de sus actos, ni mucho menos vislumbrar el ámbito al que está aspirando.

En su mente, los factores se realizan de un modo, pero nosotros, como público, somos testigos de la triste mecánica de la vida, la cual no corresponde a las expectativas de nadie.

El asesinato de César Rubio no solo se queda en su destrucción física, sino en la de su familia, pues pese a que Miguel proclamará “la verdad” como su semblante, será por deuda de un padre al que no supo comprender y del que no podrá desprenderse nunca.

Usigli, como los grandes trágicos griegos, nos muestra que la destrucción de una línea problemática puede traer como consecuencia la apertura de otra: la herencia letal de los padres a los hijos.

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