También fue un gran  estratega durante la guerra de Samos

Perfeccionó la tragedia

También fue un gran estratega durante la guerra de Samos

Perfeccionó la tragedia
También fue un gran estratega durante la guerra de Samos

Los grandes hombres tienden a ser mitificados. De ahí que la verdad esté muchas veces mezclada con el rumor, los recuerdos y las asociaciones hechas por el tiempo. Sin embargo, pese a esta capa de misterio de su vida -cuando se trata de un artista- su obra es el testimonio de su grandeza y de su humanidad.

Sófocles nació en el 497/6 antes de Cristo, en Atenas, cuando el esplendor de esta ciudad estaba a punto de florecer.

Tuvo una buena educación en las disciplinas que se enseñaban en el gimnasio y, por mucho, en la música.

Se sabe que tocaba la cítara y dirigió un coro que recibiría el batallón donde se encontraba Esquilo, quien venía de la guerra de Salamina. Además, ese mismo año del 480, nació Eurípides, con quien se completaría la triada de dramaturgos trágicos de la época clásica.

Tuvo varios cargos públicos, entre ellos, el de estratego, durante la guerra de Samos, junto con Pericles, el gran líder de Atenas, cargo que llevaría a cabo en varias ocasiones en distintos conflictos bélicos.

Más adelante formaría parte del Consejo de los Diez Probulos, un conjunto de hombres de avanzada edad en quienes recaían las decisiones más importantes del Estado.

No obstante, la política no era la vida de Sófocles. 

Había quienes decían que como político no era gran cosa, pero sí un buen ateniense. Incluso, él mismo, después de haber realizado una astucia para robarle un beso a un muchacho, confesó: “Amigos, me ejercito en la estrategia. Pericles dice que yo entiendo algo de poesía y nada del arte bélico. Pero, ¿no ha sido buena mi estratagema?”

Y lo cierto es que no sólo entendía algo de la poesía dramática, sino que se volvería en el gran maestro del teatro de todos los tiempos.

Se cuenta que participó por primera vez, en el 468, en las fiestas dionisias, un evento-ritual que se realizaba al comenzar la primavera para honrar al dios Dionisio, y que consistía en tres días destinados a la representación teatral, de donde se obtenían tres primeros lugares.

Sófocles los venció a todos -al menos veinte veces- incluso en esa primera cuando compitió contra Esquilo; quedó otras tantas en el segundo lugar, pero nunca en el tercero.

A pesar de que la tragedia, como género y como teatro, era muy nueva para el mundo, Sófocles la llevó a su perfeccionamiento de inmediato. Logró una armonía entre forma y contenido; tono y tema; carácter y revelación.

En su teatro, al menos en las siete obras que se conservan de las 130 que se cree que escribió, da la impresión de que -como a su Filoctetes- le hablaba alguna divinidad, y que en esa conversación se le revelaba la esencia del carácter humano.

Nada lejos de lo registrado, pues se dice que, en una ocasión, una corona de oro fue robada de la Acrópolis y el mismísimo Heracles se le apareció en sueños al dramaturgo para decirle el sitio exacto donde se encontraba. También, recibió en su propia casa una estatua del dios Alscepio, acto por el cual los atenienses le quedaron agradecidos.

Los registros más antiguos lo señalan como un hombre alegre, de buen carácter y muy querido por su pueblo, tanto que se le consagró un sacrificio anual, al modo de los antiguos reyes y fundadores de las grandes ciudades.

Hay varias leyendas sobre su muerte: una, donde se cuenta que se atragantó con una uva inmadura; otra, que fue después de haber leído un parlamento largo sin pausas ni comas de su Antígona, y que como era débil de voz, “se le fue la vida al tiempo que la voz”; en todas ellas, siendo un hombre de más de 90 años.

Las obras que se conservan del padre de la dramaturgia son Áyax, Las traquinias, Antígona, Edipo rey, Electra, Filoctetes y Edipo en Colono y, aun cuando no representan la totalidad de lo que escribió, sí fueron suficientes para cambiar la comprensión que tenemos de nuestro mundo y de nuestra humanidad para siempre.

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