Revueltas

Autor de novelas y cuentos

La obra poética del duranguense todavía cuenta con pocos lectores

Autor de novelas y cuentos
La obra poética del duranguense todavía cuenta con pocos lectores

A estas alturas, y ya con más de un centenario de su nacimiento y casi medio siglo de su muerte, la obra poética de José Revueltas sigue siendo poco atendida.

Acaso porque no ha llamado la atención de los lectores y los críticos la consideran, al igual que el propio Revueltas, como una circunstancia del quehacer narrativo.

Es importante crear un panorama de esta poesía, en un inicio, cuantitativa: la producción poética de Revueltas se ciñe a un puñado, cincuenta cuando mucho.

En cuanto a su poética, sus versos rondan, a veces en la periferia, otras desde el centro, los temas habituales del de Santiago Papasquiaro: la miseria, la filosofía, la podredumbre, la suciedad, y el eterno conflicto epistemológico, tanto de la palabra como del ser. 

Ya muy conocidas son las novelas y los libros de cuentos del camarada Revueltas: El apando, Los muros de agua, El luto humano, Dormir en tierra, Los días terrenales, Dios en la tierra.

El ecosistema de palabras gira en torno a lo terrenal, al hombre en el mundo, Adán, el luto, la prisión, la pasión y el erotismo, Eva, Dios, la teología.

Regularmente, cuando un novelista pasa a la poesía algo parece no carburar, quizá impostado. Suelen ser descriptivos, informativos, con una falta evidente de lirismo.

Algunos autores me vienen a la cabeza: Mircea Cărtărescu o James Joyce o Julio Cortázar o Daniel Sada; por otro lado, poetas que quisieron escribir novela, pero no lograron nada destacado: Eduardo Lizalde, por ejemplo.

José Revueltas se halla en un punto medio, ¿por qué? Porque era un gran cuentista, se ejercitó en la brevedad, en los espacios contenidos de la literatura, como en algún momento lo hicieron Alejandra Pizarnik o Jorge Luis Borges. O con menos fortuna, Amparo Dávila y Jesús Gardea.

Y es justamente entre estos dos últimos está Pepe Revueltas: cuando se entra en su universo narrativo es muy fácil hallar una política de los oscuro y denso, una especie de anguila que recorre todas las habitaciones y escenarios de sus cuentos o novelas.

Cada tanto, el lector se topa con esquirlas (mejor haría bien en decir que relámpagos, por extensos) poéticas, nacidas de la muerte y la suciedad, como aquella niña velada en un cuarto por sus padres y dos amigos de estos, con la muerte sentada en la silla frente a la cama donde yace la menor, escena con que abre El luto humano.

Y es en esos espacios donde nace la poesía revueltiana. Versos largos, como tirada ininterrumpida de dados. Dice en su poema “No tengo casa”:

 

No tengo casa.

Está derribada en medio de la noche.

Su dolorosa arquitectura

se ha caído.

Entré y seguiré solo. 

El viento invade todo lo que no tengo.

La sonrisa antigua que se me ha arrebatado,

el perfecto silencio donde

mi voz es lo único que escucha.

 

He vuelto de nuevo.

No tengo nada.

Estoy perdido.

 

Desde que inicié mi etapa como lector, siempre tuve a José Revueltas como uno de mis autores predilectos.

Hay críticos que lo tachan de desaseado, de exceder las parrafadas, en no ser pulcro como otros contemporáneos suyos. Se piensa en Octavio Paz, sin duda.

La fuerza y el poder de enunciación de Revueltas no lo poseía aquel y lejos de intentar una comparativa (pues es innecesaria), Pepe indagó por zonas del alma y la miseria humana que otros no.

“De la muerte no, sálvenme de la vida”, decía Pepe Revueltas en uno de sus poemas. Y fue, precisamente, de esta vida de la que poetizó y de la que salió sucio, pero victorioso.

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