Desde aquella huelga universitaria entre 1999 y el 2000, el plantel Oriente no había permanecido abandonado por tanto tiempo. La comunidad se sorprendió cuando el 17 de marzo de 2020, las autoridades de la UNAM anunciaron el cierre paulatino y ordenado de sus campus, “con el propósito de continuar protegiendo a nuestra comunidad y disminuir el impacto de la pandemia”.
Desde esa fecha, el silencio sustituyó la algarabía estudiantil. Sus salones, pasillos, biblioteca, laboratorios, canchas y, sobre todo, el corazón de nuestro centro educativo, la explanada, quedaron desiertos. Antes habían sido los reclamos estudiantiles, ahora era un virus el que nos desalojaba de nuestra segunda casa.
¿Quién iba a imaginar que tras aquella última sesión presencial, cuando los docentes anunciaban a sus alumnos (as) que se verían la siguiente clase, ya no iba a ser posible estar cerca de forma física? ¿Quién podía concebir que muchos cecehacheros cruzarían la puerta de la escuela y no volverían como alumnos? Y, sobre todo, alguien sabe ¿cuándo regresaremos a clases presenciales?
Pronto, se diseñaron estrategias para retomar las labores académicas y administrativas. Las clases virtuales, con los tropiezos propios de algo nuevo, permitieron concluir el semestre. Los momentos de esparcimiento con los compañeros, la cálida plática entre profesores y trabajadores, los instantes de risas, discusiones y romances, fueron sustituidos por los problemas con la conexión. La pregunta a las amistades de “¿cómo estás?”, se intercambió por los mensajes en Teams: “¿Sí me escuchan o me pausé? o “Profe, no se oye, prenda su micrófono”.
Surgieron amistades cibernéticas, pero fue triste que aquella generación egresara sin volver a entrar al plantel. Una nueva generación ingresó y, a pesar de la dicha de ser parte de la UNAM, persistió la tristeza de no poder entrar a sus instalaciones.
Por fin, el lunes 4 de octubre de 2021 volvió a sentirse la energía juvenil, con la visita de las y los alumnos de primer semestre para recoger su credencial y conocer las instalaciones. Si bien fue un breve recorrido, sirvió para reanimar su espíritu universitario, lanzar emocionados ¡¡goyas¡¡ que nos identifican y lanzar una última pregunta al aire: ¿Cómo no te voy a querer?
