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De miedo a compasión

Comparten experiencias frente a obras de la literatura

De miedo a compasión
Comparten experiencias frente a obras de la literatura

Uno de los cuentos más famosos de Oscar Wilde cimbró a Saúl Molinero. El alumno del plantel Oriente compartió una experiencia que modificó su estado emocional: “Busqué en la biblioteca de mi papá y elegí El fantasma de Canterville, que tiene ilustraciones impresionantes. Del miedo pasé a la compasión. La historia me envolvió a tal punto que la memoricé”.

Este tipo de vivencias frente a la lectura se dieron cita en las actividades del Día del Libro. Una de ellas fue el Primer Encuentro de Jóvenes Lectores. Durante la apertura del foro, Rosa Atzimba, coordinadora de Bibliotecas del CCH, invitó a los alumnos a compartir sus preferencias literarias.

Así, uno a uno los estudiantes platicaron sobre sus lecturas. Por ejemplo, Isai Valdez recordó que Alguien en la ventana, de Mónica Brozon, fue un libro que encontró en su casa, la portada de un niño asustado le llamó la atención y quedó fascinado.

Cuando Diego Pedroza leyó Cazadora, de L. J. Smith, le gustó tanto que lo llevó a buscar la saga. Y Dann Waldo aseguró que La niña que me robó el corazón, relato de Fabio Barragán, dejó una huella indeleble en su vida y ahora que lo recuerda notó cuenta cómo ha madurado personalmente.

Sergio Zetina comenzó Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, por encargo escolar, pero terminó leyéndolo cuatro veces más. Y Yahir Elacha quedó maravillado por el clásico de Mary Shelley. “El solo título, Frankenstein, me atrapó. La vida miserable del monstruo me transmitió aflicción y nostalgia. Mi lección fue que hay que explorar y no quedarse con una versión. Eso te ayuda a formar tu propio criterio”.

Mauricio Aram recordó que, por una tarea escolar, debió leer Un mundo feliz. Empezó a leer la novela de Aldous Huxley durante su trayecto en metrobús, pero lo atrapó tanto, que se pasó de estación.

Al respecto de su lectura de La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker, Daniella Escamilla confesó: “Terminarlo me provocó un sentimiento de gratitud, de gozo. Me cuestioné: tantos años cerca de muchos libros y sólo los dejé empolvarse”. 

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